CAPÍTULO 37
LOS
ANCIANOS Y NIÑOS
A pesar de que
la misma naturaleza humana se inclina de por sí a la indulgencia con estas dos
edades, la de los ancianos y la de los niños, debe velar también por ellos la
autoridad de la regla. 2 Siempre se ha de tener en cuenta su debilidad, y de
ningún modo se atendrán al rigor de la regla en lo referente a la alimentación,
3 sino que se tendrá con ellos una bondadosa consideración y comerán antes de
las horas reglamentarias.
San Benito
nos habla en este capítulo de la naturaleza humana. Los jóvenes puede que no
tengan fuerza para practicar la Regla, y los ancianos haberla perdido. Tenemos
tendencia a juzgar lo que es posible y lo que no lo es en función de nuestros
propios parámetros. Inconscientement4e evaluamos los límites entre lo posible y
lo imposible en función de nuestras capacidades, sin ser conscientes de que nos
consideramos el centro y criterio último de toda la realidad.
A esta
actitud san Benito opone la objetividad de la Regla y nos sitúa en un plano
completamente diferente ante la realidad.
Un ejemplo de
ello son nuestros Padres Cistercienses. Así, de la lectura que hace san
Bernardo se desprenden dos características generales: la primera, la
insistencia en la moderación y la discreción, sobre la bondad, la indulgencia y
la amplitud; la segunda es la libertad que mantiene ante el texto de la Regla
en los casos particulares en que hay una prescripción particular que va en
contra de una conducta que él cree que es necesario adoptar para ser más fiel a
lo que le sugiere el Espíritu Santo. Es a la Regla, tomada en su conjunto, y
sobre todo a su doctrina espiritual, a la que san Bernardo debe el carácter
equilibrado de su enseñanza monástica. Nada más ajeno a su mentalidad que el
uso literal. El verdadero espíritu de la
Regla no puede conducir ni a la tibieza, ni a una vida más severa que la
establecida en cada monasterio. Ceder a una u otra de estas tentaciones sería
para san Bernardo aceptar o ceder a un mal pensamiento. Pero, al contrario, guardar
en todo el justo medio, no separa el texto de san Benito de la tradición viva,
y es el camino de evitar todo exceso o defecto.
Pues este
texto de la Regla lo deberíamos de escuchar cada día no como un reglamento. La
finalidad de la Regla es abrirnos el camino para ir hacia el Reino, un camino
de vuelta a Dios, individual, pero vivido en comunidad. La verdadera y mas
grande dificultad es dejarnos trabajar por la gracia de Dios, no sucumbiendo a
los deseos y pasiones que nos acechan.
Esto es lo que nos decía hoy san Agustín en Maitines: “la fortaleza cristiana incluye no solo hacer
el bien, sino resistir a lo que es malo”, dejando entrar en nosotros la
gracia de Dios y no obstaculizándola con nuestras miserias. La Regla es una
escuela de libertad interior que poco a poco nos lleva a abrirnos a la acción
del Espíritu, ayudándonos a distinguir entre nuestra propia voluntad y la de
Dios. Aprender a ver qué quiere Dios es, en definitiva, la única razón de ser
de la Regla.
San Benito se
fija en los ancianos y en los más jóvenes, y nos pide estar atentos a sus
debilidades. Nos habla del alimento, pero también podría hacerlo del sueño o
del trabajo. Cuando todo va bien, cuando estamos en plena forma, se nos hace
difícil entender que algo venga a ser difícil para nuestros hermanos. Debemos
aprovechar incluso nuestros momentos de debilidad, como la enfermedad o la
fatiga, para acercarnos a aquellos que en uno u otro momento se sienten
abrumados. San Benito hace intervenir la autoridad de la Regla para que nos
ayude a atender y entender la fragilidad de nuestros hermanos y la nuestra
propia. Animando a los fuertes sin olvidar a los débiles, es como piensa san
Benito. Uno de los principios de nuestra sociedad contemporánea es el de que la
ley es igual para todos, a lo que cabe añadir que mientras no todos puedan conformarse
a la ley no es necesario cambiarla. Pero éste no es el punto de partida de san
Benito, sino que para él la Regla es una manera de vivir, un arte de vivir,
hacia donde tenemos que tender, teniendo en cuenta la situación personal de
cada cual.
Detrás de la
mentalidad de nuestro mundo se esconden dos realidades que nos cuesta admitir:
el miedo y las consecuencias de este miedo. Detrás de este igualitarismo de
fachada se esconce el miedo de ser ignorados, porque la diferencia, ser
diferentes, a menudo nos da miedo. Si aquel puede hacer aquello, ¿por qué yo no
lo puedo hacer? Si aquel no hace yo tampoco hago todo lo que podría hacer…
Detrás de esta actitud, hay un cierto infantilismo, está el niño que fuimos y
que no hemos dejado de serlo del todo. Entonces nuestra tendencia puede ser la
de hacer menos, de rebajar nuestro grado de cumplimiento, de relajarnos con el
pretexto de que otros no pueden cumplir lo que dice san Benito. Y la
consecuencia es relativizar la Regla, ya que no todos pueden llegar a vivirla
en plenitud. San Benito no va por aquí, pues él no habla de relativizar sino de
humanizar, teniendo en cuenta la realidad de las personas. Para san Benito no
conviene hacer menos, siempre que todos hagan lo mismo, sino como dice él
mismo. ”De manera que los fuertes deseen
más y los débiles no se echen atrás” (RB 49,19)
Lo vemos en
el evangelio que proclamamos y escuchamos este domingo. A cada uno se le dan
unos talentos para que los hagan fructificar “Jesús quiere enseñar a los discípulos a utilizar bien sus bienes; Dios
llama a cada hombre a la vida y le entrega unos talentos; confiándoles a la vez
una misión a cumplir. Sería de necios pensar que estos dones se nos deben, y
renunciar a utilizarlos sería no cumplir la finalidad de la propia vida”,
escribe el Papa Benedicto (Ángelus 13, Noviembre 2011)
Este igualitarismo
asimétrico nos pide una madurez, y este es el punto en donde deberíamos poner
el acento en la nuestra relación con la manera de vivir la Regla, así “seas quien seas que te esmeras por llegar a
la patria celestial, cumple bien con la ayuda de Cristo esta mínima Regla que
hemos redactado como un comienzo, y entonces llegarás, con la protección de
Dios, a las cumbres más altas de doctrina y de virtudes”.
Pero para
ello necesitamos la ayuda de Dios, para cumplir estos mínimos, y empezar a
subir, no deteniéndonos, y menos ir hacia atrás, sino subiendo cada vez más
alto.
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