CAPÍTULO 7,31-33
LA
HUMILDAD
El segundo grado de humildad es que el monje, al no amar su propia
voluntad, no se complace en satisfacer sus deseos, 32sino que cumple con sus
obras aquellas palabras del Señor: «No he venido para hacer mi voluntad, sino
la del que me ha enviado». 33Y dice también la Escritura: «La voluntad lleva su
castigo y la sumisión reporta una corona».
Lorenzo Escopoli, un teatino que vivió en el s. XVI,
escribió en su obra Combate espiritual
que necesitamos gobernar nuestra voluntad de manera que lejos de abandonarla a
los caprichos se adecue en todo a la voluntad de Dios.
San Benito nos
habla hoy, en el segundo grado de humildad de voluntad, de deseo y de
respuesta. “Hay que tomar buena nota de
que no es suficiente con querer y procurar las cosas que agradan a Dios, sino
que es necesario desearlas y realizarlas como movidos por el mismo Dios, con la
más pura y sincera intención de agradarle solamente a él” añade Lorenzo
Escopoli. El modelo es el mismo Cristo del cuarto evangelio y que nos dice: “no he bajado del cielo para hacer mi
voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 6,38). Este es uno de
los textos más utilizados en la literatura monástica y espiritual, porque
contiene en pocas palabras toda la misión llevada a cabo por Jesús el Hijo de
Dios en la tierra. Es necesario ir encontrando gusto en hacer las cosas que
agradan a Dios, ir habituándose de manera que nos encontremos bien; que
lleguemos a hacer la voluntad de Dios por el propio deseo, que identifiquemos
nuestra voluntad con la de Dios. “Dios
mío, quiero hacer tu voluntad, guardo tu ley en el fondo del corazón”, como
dice el salmo 40. Nuestros deseos, al fin y al cabo, son pasajeros. Temporales,
insignificantes; y por eso no han de guiar nuestra vida, no debe ser nuestro
norte. El modelo es Cristo y nuestro objetivo tratar de imitarlo con nuestros
actos, tenerlo siempre presente en nuestro pensamiento. Pues no se trata de una
mera imitación exterior, mimética, de un ascetismo malsano, alienante, sino de
convertirnos, de transformarnos, de conformarnos, insertarnos, mediante la
obediencia en el plano de Dios.
En palabras de
Cristo, dos voluntades están cara a cara, su voluntad y la de quien le ha
enviado, el Padre; nuestra voluntad y la de Dios, la voluntad humana y la divina.
En la angustia de Jesús en Getsemaní contemplamos su plegaria, la razón por la
cual da su vida, para hacer la voluntad del Padre que le ha enviado, a fin de
cumplir el plan de salvación diseñado por Dios. “dado que estás lleno de ti mismo, para conseguir la disposición
adecuada, procura desprenderte, tanto como te sea posible, desde el inicio, de
tus propias acciones de toda mezcla en que sospeches que hay algo tuyo: y no
quieras, no hagas, no rechaces nada sin antes sentir que estás movido, atraído
por el simple deseo de Dios”, añade Lorenzo Escopoli.
A partir de este
segundo grado de la humildad, san Benito pone delante de nuestros ojos a Cristo
humilde y obediente hasta la muerte y una muerte de Cruz (cf Filp 2,8) Y que no es simplemente el núcleo
de la espiritualidad monástica, sino toda la espiritualidad cristiana. Ni el
simple ascetismo, ni la observancia monástica, ni las virtudes morales tienen
sentido sino hay la voluntad de configurarse con Jesús, de venir a ser sus
hermanos. “El que hace la voluntad de mi
Padre del cielo, este es mi hermano, mi hermana, mi madre” (Mt 12,50). Es el camino hacia la plenitud de amor en
Cristo, pero no es nada fácil, es forzosamente estrecho, y no solo al comienzo,
sino que si nos detenemos, si no progresamos en este camino, nuestra rutina, y
nuestra pereza lo irá haciendo cada vez más estrecho e impracticable. Si
conseguimos perseverar, iremos poco a poco haciendo camino, pero como nos dice
san Efrén: “alégrate por lo que has
conseguido, sin entristecerte por lo que todavía no has conseguido… Lo que has
recibido es tu parte, lo que ha quedado es tu herencia” (Comentario sobre el
Diatessaron, Cap 1, 18-19)
El combate es
siempre entre nuestra tendencia a hacernos fuertes en la supuesta seguridad que
creemos tener y lo que nos propone san Benito: seguir a Cristo en la locura de
la cruz. A lo largo de toda la Regla nos va invitando a trabajar, a discurrir,
a meditar sobre como purificar nuestro juicio sobre lo que es realmente útil
para nuestra vida de monjes, para el seguimiento de Cristo. Si no encontramos,
comenta el abad Cassia Mª Just, el gesto interior de despojamiento para
abrirnos a Cristo, podemos ir malversando toda nuestra vida, encallados en la
mediocridad, de una vida aparentemente observante, pero muerta, sin ilusión. “sin la configuración con Cristo, la vida del
monje es falsa, absurda. Esta es la debilidad, mejor dicho, el riesgo: si no se
va a fondo, mejor no comenzar la aventura dice Cassia Mª Just.
En este combate,
la interiorización de la voluntad de Dios tan solo podemos hacerla con la ayuda
del Espíritu y desde nuestra libertad. Porque
nosotros no hemos recibido un espíritu de esclavos que nos hace caer en el
temor, sino el Espíritu que os hace hijos y nos permite exclamar: “Abbá, Padre”
(Rom 8,15)
La primera forma
de libertad conocida es la libertad de elección fundamentada sobre el libre
albedrío. Desde el punto de vista
espiritual, la elección ha de estar orientada hacia el cumplimiento de la
voluntad de Dios. A la vez, podemos considerar otro tipo de libertad, la de
adhesión, donde volvemos a tener el modelo de Cristo: “Os aseguro que el Hijo no puede hacer nada por si mismo, sino aquello
que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo. El
Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace” (Jn 5,19-20),
Dos modelos
espirituales nos salen al paso. Por la
libertad de elección tenemos un modelo en san Ignacio. Para ello es preciso
llegar a una plena libertad de decisión, preparando el alma, apartándola de los
afectos desordenados, para encontrar la voluntad de Dios en la disposición de
nuestra vida. Por la libertad de adhesión otro modelo sería san Juan de la
Cruz, que ve la purificación de los sentidos como una liberación espiritual.
Voluntad, deseo,
respuesta. Escribe Teófanes le Recluso, un maestro espiritual ruso del s. XIX: Dices: he de hacer alguna cosa. Y tanto que
debes hacerlo. Haz lo que está en tu mano, en tu ambiente, en tus
circunstancias y ten la seguridad de que eso será tu auténtica tarea y no se te
pedirá nada más. Es un error pensar que para ganar el cielo o dicho en término
progresista, para contribuir al bien de la humanidad es necesario llevar a
término grandes empresas. No es eso en absoluto. Simplemente es necesario
hacerlo todo según los mandamientos de Dios. En concreto ¿qué? Nada especial, sino solamente aquello que
corresponde a cada uno según las circunstancias de la vida, las circunstancias
particulares en que se encuentra cada uno. Así de sencillo. El destino de cada
uno lo organiza Dios y todo el transcurso de la vida es también un asunto de la
providencia, plenamente bondadosa. Esto afecta a cada momento y a cada
encuentro con él” ( Que es la vida espiritual y como perseverar en ella”. Carta
16).
Una voluntad, la
de Dios, un deseo, acomodarnos, una respuesta, cumplirla. Hacer nuestra propia
voluntad lleva a la pena, mientras que cumplir la voluntad de Dios engendra la
corona. Tengámoslo en cuenta, no sea que creyendo que pasamos por caminos
rectos al final nos hundamos hasta lo profundo del infierno de nuestro propio
deseo, arrastrados por nuestras codicias. Confiémonos a Dios que siempre nos
está observando, tengámoslo presente en nuestros pensamientos, guardémonos de
nuestras iniquidades, sintámonos siempre en su presencia.
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