domingo, 2 de junio de 2019

CAPITULO 53 COMO SE HAN DE ACOGER A LOS HUÉSPEDES


CAPITULO 53
COMO SE HAN DE ACOGER A LOS HUÉSPEDES

A todos los huéspedes que se presenten en el monasterio ha de acogérseles como a Cristo, porque él lo dirá un día: «Era peregrino, y me hospedasteis». 2 A todos se les tributará el mismo honor, «sobre todo a los hermanos en la fe» y a los extranjeros 3Una vez que ha sido anunciada la llegada de un huésped, irán a su encuentro el superior y los hermanos con todas las delicadezas de la caridad. 4 Lo primero que harán es orar juntos, y así darse mutuamente el abrazo de la paz. 5 Este ósculo de paz no debe darse sino después de haber orado, para evitar los engaños diabólicos. 6 Hasta en la manera de saludarles deben mostrar la mayor humildad a los huéspedes que acogen y a los que despidan; 7 con la cabeza inclinada, postrado el cuerpo en tierra, adorarán en ellos a Cristo, a quien reciben. 8 Una vez acogidos los huéspedes, se les llevará a orar, y después el superior o aquel a quien mandare se sentará con ellos. 9 Para su edificación leerán ante el huésped la ley divina, y luego se le obsequiará con todos los signos de la más humana hospitalidad. 10  El superior romperá el ayuno para agasajar al huésped, a no ser que coincida con un día de ayuno mayor que no puede violarse; 11 pero los hermanos proseguirán guardando los ayunos de costumbre. 12 El abad dará aguamanos a los huéspedes, 13 y tanto él como la comunidad entera lavarán los pies a todos los huéspedes, 14 Al terminar de lavárselos, dirán este verso: «Hemos recibido, ¡oh Dios!, tu misericordia en medio de tu templo». 15 Pero, sobre todo, se les dará una acogida especial a los pobres y extranjeros, colmándoles de atenciones, porque en ellos se recibe a Cristo de una manera particular; pues el respeto que imponen los ricos, ya de suyo obliga a honrarles. * 16 Haya una cocina distinta para el abad y los huéspedes, con el fin de que, cuando lleguen los huéspedes, que nunca faltan en el monasterio y pueden presentarse a cualquier hora, no perturben a los hermanos. 17 Cada año se encargarán de esa cocina dos hermanos que cumplan bien ese oficio. 18 Y, cuando lo necesiten, se les proporcionará ayudantes, para que presten sus servicios sin murmurar; pero, cuando estén allí menos ocupados, saldrán a trabajar en lo que se les indique. 19 Y esta norma se ha de seguir en estos y en todos los demás servicios del monasterio: 20 cuando necesiten que se les ayude, se les dará ayudantes; pero, cuando estén libres, obedecerán en lo que se les mande. 21 La hospedería se le confiará a un hermano cuya alma esté poseída por el temor de Dios. 22 En ella debe haber suficientes camas preparadas. Y esté siempre administrada la casa de Dios prudentemente por personas prudentes. 23 Quien no esté autorizado para ello no tendrá relación alguna con los huéspedes, ni hablará con ellos. 24 Pero, si se encuentra con ellos o les ve, salúdeles con humildad, como hemos dicho; pídales la bendición y siga su camino, diciéndoles que no le está permitido hablar con los huéspedes.  

Lo más importante cuando alguno se acerca a un monasterio es ser bien acogido. Hay diversas maneras de hacerlo. En algunos lugares, como es el nuestro caso, los huéspedes comparten nuestra vida, nuestra plegaria. Seguimos. Así el mensaje evangélico, la invitación de Cristo a sus primeros discípulos: “Venid y lo veréis”.

¿Qué es lo que invitamos a compartir? A menudo escuchamos que nuestros monasterios aparecen a sus ojos como un oasis de paz, de silencio… un lugar que invita a encontrarse consigo mismo, y así poder encontrar a Dios. Ciertamente, quizás no es fácil entenderlo por nosotros mismos, porque a menudo nuestro ritmo diario nos impide ver lo que venimos a ser para los demás.

Cuando uno se acerca a un monasterio, mucha más en nuestro caso, encuentra unos edificios, puestas, escaleras…, una distribución que viene a ser un laberinto para los huéspedes. Encuentra un monumento, ciertamente, pero sobre todo encuentra una comunidad que le abre las puertas y le permite compartir lo que tenemos, espacio y tiempo, tiempos para orar, para leer, Para pasear, y un espacio donde hacer todo esto. El centro de la estancia de un huésped en el monasterio debe ser el reconocer la presencia de Dios, la centralidad de Cristo en nuestras vidas. Viene gente de toda clase: creyentes practicantes, bautizados alejados de la Iglesia, agnósticos y ateos, pero a todos les llega en un momento u otro, si de verdad centran el interés de su estancia en las piedras vivas una pregunta: ¿qué hacen aquí los monjes? ¿Por qué unas personas que podrían hacer nuestra vida en otro espacio y en otra actividad, se han reunido aquí?

Nosotros sabemos la respuesta: buscar a Dios en un monasterio concreto y en una comunidad concreta, y este mensaje es el que debemos de transmitir, sin palabras, compartir el día a día.

Interpelamos a la gente que se acerca al monasterio, sin ruido ni estridencias; quizás porque ven nuestra vida como más auténtica que en otros ministerios eclesiales; quizás porque a pesar de todo nuestra vida n oes cómoda, tenemos dificultad de convivencia… ¿quién no la tiene? Tenemos altos y bajos, nos cuesta en ocasiones aceptar las renuncias que hemos asumido, y que a menudo, el mundo, en la terminología antigua no estaría dispuesto a vivir. Todo ello, en conjunto ha de llevar a quien convive con nosotros a preguntarse el por qué de esta vida, de estar incomodidades, si se lo quieren plantear así, porque, ciertamente, no hemos venido a tener un lecho y un plato, o a hacer nuestra voluntad, sino a seguir a Cristo con humildad, paciencia y obediencia.

Un medio de comunicación hablaba así demuestra hospedería:

“Este monasterio de monjes cistercienses fundado el 1150 y Patrimonio de la Humanidad es de los más solicitados, según afirma Rumbo (una agencia de viajes). Durante siglos panteón real de la Corona de Aragón, esta abadía que recoge una diversidad de estilos, románico, gótico y barroco, tiene dos hospederías, una interna y otra externa que funciona como un hotel. La integrada en la clausura, habitada por una treintena de monjes solo acoge a hombres, y los huéspedes no pueden alojarse más de una semana. Seguir todas las rutinas de la comunidad, sin alterar el silencio y la sencillez del monasterio, adaptarse a los horarios de comer y oficios litúrgicos es una de las condiciones. Es preciso reservarla con antelación, pues está muy solicitada, y la aportación económica es libre para el visitante”.  (Cinco Días, 6 Noviembre 2014)

Seguir nuestra vida, participar en el Oficio divino, en el silencio y la sencillez de vida es lo que atrae a la gente a compartir nuestra vida.

Escribe un huésped sobre su estancia en Poblet:

“Ante de ir, lo que me dijeron algunas personas de mi entorno fue: ¿desconectarás, verdad? Vivimos sobrecargados de cosas por hacer, agobiados de tareas, largos desplazamientos, cargados con tanta información a la que tenemos acceso de manera instantánea, hipercomunicados con todo el mundo…, en definitiva, rodeados de un ruido ensordecedor que nos impide escuchar nuestro propio ser, el de las personas más próximas y el de la naturaleza que no rodea. ¿Desconectarás, no?  Pues, más bien conectaré… conmigo mismo, con mis pensamientos, con el paso del tiempo, con el silencio… con todo aquello que el ruido cotidiano nos impide estar conectados. Es en mi vida real habitual donde estoy desconectado de lo que es realmente importante”. http://cister.org/bloq

Acogiendo a los huéspedes no renunciamos a nuestra vida monástica, al contrario, la compartimos dejando participar a quienes se acercan, ofreciéndoles aquello que vivimos nosotros, y que quizás les sirva para preguntarse sobre cosas importantes de su vida. Quienes acuden al monasterio esperan silencio, quietud, un ritmo alterno de plegaria, trabajo y descanso. Por esto, san Benito nos pide acogerlos como a Cristo, instruirlos en la ley divina y compartir con ellos el honor conveniente con el silencio y la plegaria y el temor de Dios.






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