domingo, 8 de septiembre de 2019

CAPÍTULO 57 LOS ARTESANOS DEL MONASTERIO


CAPÍTULO 57
LOS ARTESANOS DEL MONASTERIO

Si hay artesanos en el monasterio, que trabajen en su oficio con toda humildad, si el abad se lo permite. 2 Pero el que se envanezca de su habilidad por creer que aporta alguna utilidad al monasterio, 3 sea privado del ejercicio de su trabajo y no vuelva a realizarlo, a no ser que, después de haberse humillado, se lo ordene el abad. 4 Si hay que vender las obras de estos artesanos, procuren no cometer fraude aquellos que hayan de hacer la venta. 5 Recuerden siempre a Ananías y Safira, no vaya a suceder que la muerte que aquellos padecieron en sus cuerpos, 6 la sufran en sus almas ellos y todos los que cometieren algún fraude con los bienes del monasterio. 7 Al fijar los precios no se infiltre el vicio de la avaricia, 8 antes véndase siempre un poco más barato que lo que puedan hacerlo los seglares, 9 «para que en todo sea Dios glorificado».

Los comentaristas no se ponen de acuerdo en qué quiere decir exactamente san Benito cuando habla de artesanos en este capítulo. Se podría referir a monjes con habilidades manuales que realizan tareas para la comunidad, o bien monjes artistas cuyas obras están al servicio del monasterio, como la pintura, la escultura… Fuese lo que fuese el sentido exacto, san Benito trae a colación algunas ideas fundamentales que sirven para cualquier tarea comunitaria. El primer lugar poner los talentos al servicio de todos, con una perspectiva distinta de la sociedad, ya que no se trata de escalar socialmente o buscar un reconocimiento externo, sino que en todas las cosas Dios sea glorificado y no nosotros. La otra idea que subraya es ejercerlo con humildad y hacerlo con permiso del abad.

Las comunidades están formadas por gente muy diversa y habilidades diversas también, incluso con concepciones monásticas diferentes. Las comunidades no un grupo de amigos que se han reunido para vivir juntos, que también sería legítimo. Es Dios quien nos ha elegido a todos para buscarlo a él en la vida de comunidad y en el espacio del monasterio. Esto puede suponer en la práctica duplicidad de habilidades o falta de otras, pues no entramos en el monasterio por nuestro curriculum académico o laboral, sino llamados para vivir nuestra vocación. 

San Benito sabe bien que los rasgos característicos de la naturaleza humana no están ausentes del monje, que es preciso trabajar para superar nuestras debilidades físicas o morales. Y de aquí pueden surgir los peligros de la vanidad, de la avaricia, contra los que san Benito nos alerta en este capítulo de manera concreta. Tenemos la suerte de tener en la comunidad miembros con diversas habilidades. Quizás lo más evidente es el taller de encuadernación que tiene un nivel de cualidad importante, con un buen material para hacer bien este servicio. O el taller de cerámica que también ha logrado unos buenos resultados. También hay otras actividades, por ejemplo, la lavandería con una cierta proyección externa. O tener diversos monjes capaces de atender la cocina, o hacer reparaciones… que es un buen ahorro de tiempo y de dinero.

Ciertamente, siempre podemos pensar en hacer otra cosa, pero es preciso optimizar los recursos, es decir, aprovechar al máximo lo ya comenzado y los recursos humanos. Hace unos años la comunidad estaba más centrada en la imprenta, el huerto o la granja. Por diversas circunstancias son actividades que se han abandonado, o que restan como testimoniales, o simple consumo interno, que también es importante.

Competir en un sistema económico complejo como es el actual no siempre es fácil. Es preciso realizar inversiones para ser competitivos. También debemos tener presente que la comunidad es ahora diversa, con unas limitaciones y unos talentos concretos. El P. Abad Mauro vio la necesidad de abandonar los cultivos y buscar otros caminos en el trabajo de los monjes. De lo que se trata es de potenciar al máximo lo talleres o faenas que tenemos o emprender otra actividad concreta, pero esto supone valorar previamente todas las circunstancias, de las cuales la económica no es la menor en importancia.

Como filosofía general, san Benito nos dice hoy que debemos hacer el trabajo lo mejor que podamos, no dejar lugar a la vanidad ni sucumbir al pecado de la avaricia o del fraude. No se trata de hacer muchas cosas sino del trabajo bien hecho, de trabajar sin prisas sin agobios, pero con gusto, a la altura de nuestras posibilidades personales y de los tiempos. 

En nuestra vida toda viene a confluir en la búsqueda de Dios, tanto en la plegaria como con el trabajo: Dios es el centro de todo. Como decía santa Teresa “entre pucheros anda Dios”, como detrás de un ordenador para llevar la contabilidad, la biblioteca, la máquina de lavar, el tractor…. En todas las situaciones. Los dineros forman parte de la vida de los monjes, como en la vida de todos los hombres, por esto la actividad económica forma parte de la vida monástica, pero para vivir como monjes y no estar sujetos a otros parámetros. 

Vivir aquí y ahora con unas características muy concretas: estamos en una casa que no es nuestra y que para habitarla hemos de cumplir unas condiciones determinadas, como, por ejemplo, la visita turística, que en otras situaciones quizás no elegiríamos, pero que podemos aprovecharlas para llevar a cabo nuestra vida de la mejor manera posible, es decir, hacer presente a Dios en nuestro mundo con el testimonio de nuestra vida.

Para alcanzar nuestro objetivo san Benito nos invita a trabajar bien, a aportar beneficios al monasterio, pero haciéndolo con humildad, sin dar lugar a la vanidad y la avaricia. Aunque no deja de ser un programa no solo para monjes sino para todo cristiano









No hay comentarios:

Publicar un comentario