domingo, 10 de noviembre de 2019

CAPÍTULO 28 AQUELLOS QUE DESPUES DE SER CORREGIDOS, NO QUIEREN ENMENDARSE

CAPÍTULO XXVIII
AQUELLOS QUE DESPUES DE SER CORREGIDOS,
NO QUIEREN ENMENDARSE

Si un hermano ha sido corregido frecuentemente por cualquier culpa, e incluso excomulgado, y no se enmienda, se le aplicará un castigo más duro, es decir, se le someterá al castigo de los azotes. 2Y si ni aún así se corrigiere, o si quizá, lo que Dios no permita, hinchado de soberbia, pretendiere llegar a justificar su conducta, en ese caso el abad tendrá que obrar como todo médico sabio. 3Si después de haber recurrido a las cataplasmas y ungüentos de las exhortaciones, a los medicamentos de las Escrituras divinas y, por último, al cauterio de la excomunión y a los golpes de los azotes, 4aun así ve que no consigue nada con sus desvelos, recurra también a lo que es más eficaz: su oración personal por él junto con la de todos los hermanos, 5 para que el Señor, que todo lo puede, le dé la salud al hermano enfermo. 6Pero, si ni entonces sanase, tome ya el abad el cuchillo de la amputación, como dice el Apóstol: «Echad de vuestro grupo al malvado». 7Y en otro lugar: «Si el infiel quiere separarse, que se separe», 8no sea que una oveja enferma contamine a todo el rebaño.

Para hablar de la expulsión definitiva de la comunidad san Benito toma la idea de la amputación, seguramente en alusión a Mateo 5, cuando Jesús habla de que es mejor amputar una parte del cuerpo que no que todo él vaya al infierno.

Nuestras faltas no son solo nuestras, afectan a todo el cuerpo, a toda la comunidad, y más si son reincidentes. San Benito establece una graduación, en paralelo con lo que puede suceder en una asamblea parlamentaria, donde antes de la expulsión por un comportamiento incorrecto hay tres llamadas al orden. La primera sería la corrección; la segunda, una corrección más áspera, para la que san Benito establece la pena de los azotes, cuando ya no logran efecto alguno ungüentos, exhortaciones, medicamentos…y si todo esto no logra la enmienda queda un último recurso, que es recurrir a la plegaria, pidiendo a Dios que toque el corazón del hermano. Y ya, si todo esto no hace efecto, entonces es preciso quitar al que es infiel con el hierro de la amputación. En definitiva, como escribe san Benito, él mismo se excluye.

Que faltamos san Benito lo tiene muy claro, pero el verdadero peligro es cuando el fallo, la falta nos atrapa, nos hace perder la sensatez y acabamos prisioneros del mismo mal, que podemos justificar con mil excusas, pero Dios, y nosotros también, sabe que no hay lugar para la excusa, sino para el arrepentimiento y la reflexión, de modo que nos lleve a la adecuada enmienda.

Algunas faltas hacen mal, y otras mucho mal, lo sabemos por experiencia. En algunos casos la debilidad que provoca una enfermedad, o un determinado fracaso psicológico, o la misma vejez, nos pueden hacer perder el norte o descontrolarnos en el ritmo de nuestra vida.

Es triste y doloroso recurrir al remedio de la amputación, tanto para el que es excluido, como para el que excluye, que es toda la comunidad. Puede ser traumático. Por ello se precisa poner remedio cuando se está a tiempo. Quizás, alguna vez una determinada actitud puede pasar desapercibida, que nadie sea consciente de ello, pero somos conscientes de que no hemos obrado bien. Y esto, aunque no seamos descubiertos no nos da sino una falsa seguridad, que nos puede llevar a pensar que no era para tanto, que no habíamos hecho mal a ninguno. En primer lugar, el mal nos lo hacemos a nosotros mismos, antes a cualquier otra persona, aunque no lleguemos a ser descubiertos.

Nuestra vocación es adulta, responsable y libre. Entonces, nos engañamos a nosotros mismos, ante Dios que sabe todo. Podemos llegar a pensar que ya lo habíamos advertido, diciendo que nos quitaran aquella u otra responsabilidad; pero, evidentemente, sin confesar la culpa, sin decir la verdad, ocultándola,… delante de la comunidad.

“No hay nada escondido que no se llegue a descubrir, ni nada secreto que no se llegue a conocer” (Mt 4,22), dice el mismo Jesús, pero, a veces, cuando sale a la luz es tan tarde que ya no hay nada más que el hierro de la amputación. 

Hemos de vivir vigilantes, atentos a nosotros mismos, conscientes de nuestras debilidades; no nos engañemos, pues en definitiva no engañamos a ninguno, cuando nos dejamos llevar por un capricho personal, el que sea, creyendo que estamos al abrigo de cualquier mirada, pues siempre hay una circunstancia que descubre nuestro “secreto”, y nos deja en evidencia. San Benito sabe bien de las debilidades humanas, por eso incluye en la Regla el llamado Código penal, pues que estas situaciones se producen y se repiten. 

Pero no desfallecemos, pues somos capaces siempre de la perfección, pero para avanzar en este camino necesitamos atender a dos puntos: primero, el deseo de superar el bache; el segundo, y más fundamental, confiarnos a Dios. Lo peor que podemos hacer es dejarnos llevar por el orgullo, y nos arrastre a la reincidencia, a la tozudez de nuestra enfermedad; pues una de las cosas que más puede perjudicar es sentirse uno satisfecho de su enfermedad o debilidad, sin voluntad de lucha, Solamente con el deseo podemos, y entonces es cuando dejamos o damos opción para la ayuda insustituible de Dios.

El Papa Francisco durante el encuentro con los religiosos de Roma el 16 de Mayo de 2015 respondiendo a la pregunta de una monja, sobre si era posible la existencia de corrupción en un monasterio, decía lo siguiente:

Sí. Cuando se pierde la memoria de la vocación, del primer encuentro con Dios. Cuando se pierde esta memoria, y nuestro espíritu comienza a ser mundano, piensa en las cosas mundanas y se pierde el celo por la plegaria. Entonces nos vamos apartado de nuestra vocación, de la comunidad, en definitiva, de Dios.




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