domingo, 8 de diciembre de 2019

CAPÍTULO 54 SI EL MONJE HA DE RECIBIR CARTAS O CUALQUIER OTRA COSA


CAPÍTULO 54
SI EL MONJE HA DE RECIBIR CARTAS O CUALQUIER OTRA COSA

El monje no le está permitido de ninguna manera recibir, ni de sus padres, ni de cualquier otra persona, ni de entre los monjes mismos, cartas, eulogias, ni otro obsequio cualquiera, sin autorización del abad. 2 Y ni aunque sean sus padres quienes le envían alguna cosa, se atreverá a recibirla sin haberlo puesto antes en conocimiento del abad. 'Pero, aun cuando disponga que se acepte, podrá el abad entregarla a quien desee. 3 No se contriste por ello el hermano a quien había sido dirigida, para no dejar resquicio el diablo. 4 Y el que se atreviere a proceder de otro modo, sea sometido a sanción de Regla.

En una sociedad donde el valor de tanto tienes, tanto vales, la observación de san Benito nos puede sorprender. Sobre todo, si tenemos presente que es uno de los derechos humanos inalienables, concretamente el art. 17 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948, que se refiere al derecho a la propiedad, del que afirma que nadie puede ser privado.

Hoy en nuestros ambientes se busca tener más, no para sobrevivir, sino para acumular, y de aquí los casos de corrupción que cada día abundan más, sin distinción de colores políticos, en gente que tienen más de lo necesario para vivir, y para vivir bien, por encima de la media de los ciudadanos. San Benito no va contra los derechos humanos, no atenta contra ellos, pues la misma Declaración habla de la propiedad individual y de la propiedad colectiva, y de no estar privados arbitrariamente de una o de otra.

De hecho, san Benito nos habla de otra cosa. En la Alta Edad Mediana san Benito establecía para los monjes un plato en la mesa, un lecho, unas herramientas, vestidos, una jornada de trabajo razonable, que venía a constituir unas condiciones de vida por encima de la mayor parte de la población. También hoy, si lo analizamos, vivimos bien, bastante bien. Además de lo que establece san Benito lo hemos adaptado a los tiempos actuales, y tenemos siempre un coche a punto para desplazamientos, un billete de avión o coche, para viajar, o cualquier cosa de uso diario, que el cillerero se afana por proveernos, o el enfermero se si trata de un medicamento o una visita médica.

San Benito no nos habla de privarnos de lo necesario, sino mas bien de no abusar de la comida o de la bebida… Sabe bien de las debilidades humanas, por esto pretende que aprendamos a dominarnos, a convivir con nuestras debilidades, tanto físicas como morales. Nos habla de simplicidad, de aprender a no depender de las cosas materiales, objetivo importante para no distraernos de nuestro objetivo permanente que es la búsqueda de Cristo.

Una de las muchas patologías que nos afectan es la que se conoce como el “síndrome de Diógenes: acumulamos cosas en la celda o en nuestro lugar de trabajo con la excusa del “por si acaso”. El “caso” no llega nunca, i si llega no recordamos donde lo tenemos aquello que necesitamos, entre tantos “por si acaso” que hemos acumulado.

Todo esto es anécdota. Lo realmente importante es buscar la sencillez, una vida equilibrada en la que tanto el cuerpo como la mente y espíritu estén abiertas a Dios por completo. El ideal de la vida benedictina concretado en la Regla manifiesta un estilo de vida modesta, simple. Cada monje ha de recibir lo necesario teniendo presente las necesidades y debilidades personales porque la mera privación crea frustración. Se trata de saber que los bienes, las herramientas, todo lo que utilizamos son bienes compartidos, propiedad colectiva, y eso significa responsabilidad en su uso, porque lo que hoy utilizo yo, mañana lo hará servir otro. Es muy pedagógico en la vida comunitaria dejar de lado aquel mal pensamiento que dice: “después de mi el diluvio”. Una expresión que no debe tener lugar en una vida comunitaria, cristiana y monástica. San Benito nos quiere dejar claro que debemos usar los bienes materiales con desprendimiento, no con desinterés, tratando todo como “vasos sagrados del altar”, como recomienda san Benito cuando se refiere al mayordomo.

Vivir en el mundo sin ser absorbidos por sus valores materialistas, mirar las cosas como parte integrante de la creación, como dones de Dios. En la Declaración de nuestro Orden se nos recuerda que debemos vivir siempre como cistercienses; pues Dios no es una idea, ni un ideal, sino una realidad concreta, y solamente como una realidad concreta podemos aspirar a relacionarnos con él. Dios no nos pide cosas extraordinarias ni heroicidades, sino lo cotidiano vivido con la intensidad de nuestros cinco sentidos.

Ninguna tarea es más importante que otra, ningún monje más importante que otro. Si lo tenemos presente quizás evitaremos el mal pensamiento de que alguno si me regala algo me lo quedo porque pienso que soy quien me lo merezco; evitaremos hacer un uso personal de aquello a lo que tengo un acceso personal por una tarea encomendada. Pues todo ello nos lleva a situaciones que pueden ser dolorosas para todos.  También nos puede suceder que si nuestra familia o conocidos tienen recursos los hagamos valer para obtener lo que deseamos, ya no solo aceptando, sino incluso pedirlo.

La clave es la simplicidad, responsabilidad, desprendimiento, generosidad, pensar en los demás, no dar ocasión al diablo, no contristarnos nunca por estos temas. El ideal cisterciense, escribe Ester de Waal, pone el acento en la simplicidad y la modestia; garantizar las condiciones necesarias para una vida vivida en la simplicidad que nos permita darlo todo a Dios. La consecuencia del deseo de posesión, de acumular, es la dificultad de abrirnos a la experiencia de Dios; de ninguna manera debemos permitir que este deseo nos posea a nosotros.


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