CAPÍTULO
68
SI
A UN HERMANO LE MANDAN COSAS IMPOSIBLES
Cuando a un hermano
le manden alguna vez obedecer cm algo penoso para él o imposible, acoja la
orden que le dan con toda docilidad y obediencia. 2 Pero, si ve que el peso de
lo que le han impuesto excede totalmente la medida de sus fuerzas exponga al
superior, con sumisión y oportunamente, las razones de su imposibilidad, 3
excluyendo toda altivez, resistencia u oposición. 4 Mas si, después de
exponerlo, el superior sigue pensando de la misma manera y mantiene la
disposición dada, debe convencerse el inferior que así le conviene, 5 y
obedezca por caridad, confiando en el auxilio de Dios.
Decía un político:
”Se me pide algo que no quiero hacer, ni puedo hacer (M. Rajoy, La Vanguardia
27/05/17) ¿Cómo saber si
somos capaces de hacer alguna cosa, o que supera nuestras fuerzas, nuestra
capacidad? ¿cómo saber si no es nuestro querer el que nos imposibilita hacer
algo?
San Benito se
plantea esto. Primero, define como deben ser estas cosas, para poder analizar
si superan o no nuestras fuerzas; en segundo lugar nos dice con qué actitud
debemos afrontarlo; en tercer lugar, nos invita a hacer un segundo análisis de
la situación antes de exponer nuestras objeciones, hechas con determinadas
actitudes que no nos pueden sorprender, porque están bien presentes a lo largo
de la Regla; y finalmente, si la cosa no tiene salida, o no tiene la que
nosotros querríamos, nos pide obedecer llevados por la caridad, que es quien
siempre debe guiar nuestra vida de monjes y cristianos.
Lo que nos mandan
que es considerado como pesado o imposible. Estos dos adjetivos, a veces,
pueden limitar la visión de estas órdenes a cosas materiales; como se si se
tratase de mandarnos agarrar con una sola mano la tumba del rey Martín y
llevarla a la galilea, por decir un absurdo. Pero hay muchas otras cosas que se
nos presentan como pesadas o imposibles, y que provocan en nosotros reacciones
diversas. A veces podemos optar por desobedecer, como si no hubiéramos sentido,
o no haber entendido, o interpretado que no se refieren a nosotros, sino al
resto de la comunidad. O bien se toman con una resistencia numantina, como si
la aceptación implicara la renuncia a nuestra libertad, una gran humillación,
como si nos fuera la vida, y no llegamos a plantearnos si somos o no capaces de
hacerlo, y hasta enviar a paseo de pensamiento, palabra, obra u omisión, a
quien nos lo mandó,
Aquí es cuando
caemos en la mundanidad espiritual, cuando buscamos la gloria humana en lugar
de la gloria de Dios, cuando exaltamos nuestro ego hasta no dejar lugar a la
alteridad, y sobre todo a aquel que es todo Otro, en expresión de san Agustín.
También podemos optar por una táctica más instrumental y hacer una lista de
requisitos que creemos imprescindible para afrontarlo: si tenemos ayuda, si se
nos proporciona este o aquel medio, si lo podemos hacer ahora o dentro de un
tiempo… ¡excusas!
En todos los casos
debemos analizar si lo que nos afecta es el orgullo, y no nos dejamos llevar
por la humildad que debería ser nuestra norma de conducta. Con humildad
recibiríamos la petición con mansedumbre y obediencia, como nos dice san
Benito.
Decía en su
homilía de recepción del palio el arzobispo Juan: “no nos refugiemos en el
pasado, o en nuestros egos de autosuficiencia y espacios logrados”. Esto
sirve para todos; cuantas veces, por ejemplo, una cosa podría ser más simple si
dejáramos lo que estamos haciendo, para atender a otra.
Pero san Benito no
cierra la puerta a reconocer la imposibilidad de realizar lo mandado. Podemos
hacer una apelación, con paciencia y oportunamente, no con orgullo o
resistencia o contradicción. Esta palabra “contradicción puede ser un concepto
importante a la hora de analizar nuestra imposibilidad. San Benito nos dice que
si esta apelación, por decirlo en un lenguaje judicial tampoco prospera,
debemos aceptarlo, porque ya hicimos todo el recorrido, y quizás nos conviene,
entonces, confiar en la ayuda de Dios. Si nos limitamos a confiar en nuestras
propias fuerzas no vamos bien. Nuestras debilidades, tanto físicas como
morales, nos pueden dificultar el camino y acostumbrarnos a no aceptar retos
nuevos. Siempre necesitamos confiar en el Señor; él sabe lo que nos conviene y
lo sabe porque nos ama.
El hermano Luis
Serra, marista, afirma que Dios no cura los problemas, pero da la fuerza para
afrontarlos. Es esta confianza la que nos ha de mover a avanzar en la vida
monástica.
Escribía, hace un
tiempo, un analista: “¿es cierto que querer es poder?, ¿realmente, hace más el
que quiere que el que puede?, ¿hasta qué punto la voluntad, la perseverancia,
la fe y el propósito vencen a la adversidad y las circunstancias
desfavorables?” (Alex Rovira “Cuando el querer es poder” El País semanal
4/06/20006)
No siempre querer
es poder, pero si ni siquiera queremos menos todavía podremos. Son muchas las
cosas que siempre o a veces, se nos presentan como duras o imposibles: físicas,
porque nos cansamos, u otras, u otras como la puntualidad en el Oficio, la
lectura de colación, mantener el silencio.
No somos
perfectos, caemos una y otra vez en las mismas trampas, pero hemos de buscar la
voluntad suficiente para levantarnos de nuevo y hacer el propósito de no volver
a caer. Por lo menos intentarlo, siempre confiando en Aquel que nos ama. Solo
la confianza en él nos puede ayudar a la mansedumbre, la obediencia, la
paciencia, la caridad.
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