domingo, 15 de diciembre de 2019

CAPÍTULO 61 LA ACOGIDA DE LOS MONJES FORASTEROS


CAPÍTULO 61
LA ACOGIDA DE LOS MONJES FORASTEROS

Si algún monje forastero que viene de una región lejana desea habitar en el monasterio, 2 si le satisfacen las costumbres que en él encuentra y no perturba con sus vanas exigencias al monasterio, 3 sino que simplemente se contenta con lo que halla, sea recibido por todo el tiempo que él quiera. 4 Y, si hace alguna crítica o indicación razonable con una humilde caridad, medite el abad prudentemente si el Señor no le habrá enviado precisamente para eso. 5 Si más adelante desea incorporarse definitivamente al monasterio, no se le rechace su deseo, ya que se pudo conocer bien su tenor de vida durante el tiempo que permaneció como huésped. 6 Mas si durante su estancia se vio que es un exigente o un vicioso, 7 no solamente tendrán que denegarle su vinculación a la comunidad monástica, sino que han de invitarle amablemente a que se vaya, para que no se corrompan los demás con sus desórdenes. 8 Mas si, por el contrario, no merece ser despedido, no sólo ha de admitírsele como miembro de la comunidad, si él lo pide, 9 sino que han de convencerle para que se quede, con el fin de que con su ejemplo edifique a los demás 10 y porque en todas partes se sirve a un mismo Señor y se milita para el mismo rey. 11 El abad podrá incluso asignarle un grado superior, si a su juicio lo merece. 12 Y no sólo a cualquier monje, sino también a los que pertenecen al orden sacerdotal y clerical, de quienes ya hemos tratado, podrá el abad ascenderlos a un grado superior al que les corresponde por su ingreso, si cree que su vida se lo merece. 13 Pero el abad nunca recibirá a un monje de otro monasterio para vivir allí sin el consentimiento de su propio abad o sin una carta de recomendación, 14 porque está escrito: «No hagas a otro lo que no quieras te hagan a ti». 

En todo lugar se sirve a un mismo Señor y se milita para un mismo rey”. Compartimos nuestra vida monástica en un mismo Orden, a la vez que somos diversas Ordenes quienes seguimos la Regla de san Benito. Entonces, en cierta manera, vivimos nuestra vida monástica en una comunidad de comunidades. Es la Iglesia. Es bueno saber que no estamos solos, que otras comunidades siguen la misma manera de vivir, cada uno en su lugar concreto, en una cultura concreta, pero sirviendo a un mismo Señor, como dice san Benito.

La Regla nos habla hoy de compartir por un tiempo, la vida en otra comunidad, bien por razones de formación, de retiro… Siempre puede ser una experiencia positiva que nos ayude a apreciar nuestra `propia vida o nuestra comunidad, porque se descubre que hay ciertos arquetipos, que no somos piezas únicas en el esfuerzo de centrarnos en Cristo y alejarnos del pecado.

En cierta manera san Benito nos habla de que es bueno tomar distancia de la habitual vida ordinaria. Puede ser positivo o negativo. Por ejemplo, si tenemos dificultades de convivencia con algún hermano, o si nuestra relación, por el contrario, sobrepasa la normalidad al venir a una dependencia afectiva… que nos impiden de ver con claridad la situación. Pues todos estamos supeditados a luces y sombras, aspectos positivos y negativos, pues nadie es perfecto sino solo Dios. Todos somos perfectibles en el camino de recuperar la imagen de Dios.

Este capítulo está inserto entre otros que nos hablan de como admitir a los hermanos, como hacerlo si hijos de nobles o pobres, infantes o sacerdotes, para acabar hablando del orden de la comunidad, donde san Benito deja clara la importancia de la antigüedad de la edad monástica, de los ancianos y de los jóvenes, monásticamente hablando.  Estamos al final de los capítulos que dedica a las diversas categorías de candidatos que se pueden presentar en el monasterio. San Benito distingue claramente estos monjes peregrinos de los giróvagos de los que habla en el capítulo primero.

Este capítulo está escrito en un momento en que la institución monástica estaba muchos menos estructurada que hoy. No había órdenes monásticas, y tanto los lazos de pertenencia a una comunidad como los lazos entre las comunidades eran más bien débiles. San Benito es muy coherente en todas sus posiciones. Cualquiera que desee encajar en la vida de una comunidad precisa de aceptar todas sus características como un requisito previo. Lo cual quiere decir que no ha de molestar a la comunidad que le acoja con sus exigencias, y que será preciso tener en cuenta su comportamiento. No es una cuestión de reclutamiento o argumento numérico de la comunidad, pues la dimensión de una comunidad no es importante para san Benito, sino más bien su autenticidad, estar dispuesto a asumir de manera estable de vida la Regla de una comunidad concreta. Encontramos aquí el equilibrio entre la atención al bien espiritual del individuo y el respeto por la comunidad.

En alguna ocasión, aquí o en otro monasterio con quien podemos tener una relación más o menos cercana, podemos escuchar la reflexión de alguno que se acerca a una comunidad con el deseo de incorporarse a ella, y en lugar de centrarse en su relación con Dios, para discernir su vocación, cae en la rutina de analizar la posible comunidad de acogimiento con una óptica que acaba por ser crítica demoledora. Esto es humano, pero deberíamos tener presente que es Dios quien nos llama a nosotros y no nosotros a Dios, siempre respetando nuestra voluntad, la libertad de nuestra respuesta. Por lo tanto, no se trata de elegir una comunidad a nuestro gusto, sino de responder a la llamada de Dios en un lugar concreto. Quizás sería el que hoy nos dice san Benito, el riesgo de acabar siendo exigente o vicioso, y en este caso vemos que aconseja marchar, eso sí, con delicadeza, pero con claridad, haciendo servir una expresión contundente: “que marche”, seguida de una motivación clara para esta invitación: “que su miseria no contagie también a los demás”.
  
Puede parece que a san Benito no le hacía mucha gracia que un sacerdote o un monje de otro monasterio entre en una comunidad distinta: en todo caso no lo pone fácil, como tampoco lo hace con cualquiera que se acerca con el deseo de entrar. Seguramente, esta postura se apoya en dos principios: la prudencia y la reflexión. San Benito tiene muy claro que una vocación, aunque proceda de otra anterior, o precisamente por eso, necesita de un proceso de discernimiento profundo y claro.

También nos alerta san Benito de no enviar a un monje incomodo, a otro monasterio sin una explicación del motivo. La regla hace servir la frase “lo que no quieres para ti no lo quieras para otro”. Una reflexión que podríamos aplicar a toda nuestra vida, y esto nos ayudaría a no sentirnos en ningún momento superiores a los demás, y respetando las propias singularidades de cada uno, que es lo que no invita siempre san Benito, para poder avanzar juntos hacia la vida eterna.

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