domingo, 27 de septiembre de 2020

DEL PRÓLOGO DE LA REGLA DE SAN BENITO, Pról 21-38

 

DEL PRÓLOGO DE LA REGLA DE SAN BENITO,

Pról 21-38

 

1 Ciñéndonos, pues, nuestra cintura con la fe y la observancia de las buenas obras, sigamos por sus caminos, llevando como guía el Evangelio, para que merezcamos ver a Aquel que nos llamó a su reino. 22 Si deseamos habitar en el tabernáculo de este reino, hemos de saber que nunca podremos llegar allá a no ser que vayamos corriendo con las buenas obras. 23 Pero preguntemos al Señor como el profeta, diciéndole: 24 Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y descansar en tu monte santo?, 25 Escuchemos, hermanos, lo que el Señor nos responde a esta pregunta y cómo nos muestra el camino hacia esta morada, diciéndonos: 26 «Aquél que anda sin pecado y practica la justicia; 27 el que habla con sinceridad en su corazón y no engaña con su lengua; 28 el que no le hace mal a su prójimo ni presta oídos a infamias contra su semejante». 29Aquel que, cuando el malo, que es el diablo, le sugiere alguna cosa, inmediatamente le rechaza a él y a su sugerencia lejos de su corazón, «los reduce a la nada», y, agarrando sus pensamientos, los estrella contra Cristo. 30 Los que así proceden son los temerosos del Señor, y por eso no se inflan de soberbia por la rectitud de su comportamiento, antes bien, porque saben que no pueden realizar nada por sí mismos, sino por el Señor, 31 proclaman su grandeza, diciendo lo mismo que el profeta: «No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre, da la gloria», al igual que el apóstol Pablo, quien tampoco se atribuyó a sí mismo éxito alguno de su predicación cuando decía: «Por la gracia de Dios soy lo que soy». 32Y también afirma en otra ocasión: «E1 que presume, que presuma del Señor». 33 Por eso dice el Señor en su evangelio: «Todo aquel que escucha estas palabras mías y las pone por obra, se parece al hombre sensato, que edificó su caC 23 Mar 25 Jun 27 Sept. 30 Dic. 7 sa sobre la roca. 34Cayó la lluvia, vino la riada, soplaron los vientos y arremetieron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada en la roca». 35Al terminar sus palabras, espera el Señor que cada día le respondamos con nuestras obras a sus santas exhortaciones. 36 Pues para eso se nos conceden como tregua los días de nuestra vida, para enmendarnos de nuestros males, 37 según nos dice el Apóstol: «¿No te das cuenta de que la paciencia de Dios te está empujando a la penitencia» 38 Efectivamente, el Señor te dice con su inagotable benignidad: «No quiero la muerte del pecador, sino que cambie de conducta y viva».

 

La fe y la observancia de las buenas obras son las dos herramientas que nos propone san Benito para llegar al Reino, lo cual se concreta en obrar honradamente, practicar la justicia, decir la verdad, no calumniar, no hace mal al prójimo. La lucha contra el maligne no es ajena a nuestra vida, no estamos inclinados por naturaleza a hacer el mal, pero el maligno nos tienta con frecuencia, jugando con nuestra debilidad. Por ello san Benito nos invita a estampar nuestros malos pensamientos, no a saborearlos, sino a intentar superarlos, con la ayuda de Aquel que es el único que puede ayudarnos. El camino es la confianza en Cristo, dejarnos modelar por la gracia de Dios, como dice san Pablo.

Fe y observancia son los pilares, porque la fe sin obras es muerta, como afirma la Carta de Santiago. El Señor nos alecciona, alimentándonos con su Palabra, y por eso espera de nosotros que respondamos con obras a sus exhortaciones. San Benito nos presenta la vida como un tiempo de tregua, un tiempo de gracia, que se nos ofrece para avanzar en nuestro camino del Reino. A menudo nos podemos preguntar a qué hemos venido al mundo, o a qué hemos venido al monasterio. Quizás nos venga a la memoria el monje que explicaba que había venido al monasterio para morir, pero su tiempo de tregua fue bastante largo. No venimos a mortificarnos, tampoco a mortificar a los demás, sino que venimos a hacer un camino de conversión. Una conversión que supone un cambio, que será lento o dudoso, con pasos de retroceso, pero siempre un camino hacia el Reino.

En este camino encontramos muchos tropiezos. A veces creemos que son los otros quienes nos ponen los obstáculos. No es siempre así, en general los obstáculos vienen de nosotros mismos.

¡Cuántas energías podríamos utilizar en nuestra conversión con solo dejar de criticar o vigilar lo que hacen los otros!

Comentaba una superiora que en las comunidades tenemos establecida y bien establecida la plaza de criticones y murmuradores, en donde cuando se dulcifica la visión de unos vienen a ser sustituidos por otros, de manera que se llega a dar la impresión de que no puede haber comunidad verdadera sin esa dimensión de crítica negativa, que adquiere un nuevo perfil con el aprovechamiento de las nuevas tecnologías.

Cristo no estuvo exento de críticas, al contrario; él es para nosotros el modelo, como maestro, como referencia permanente. Toda la Regla es cristocéntrica. Sentir a Cristo a nuestro lado, siempre a punto para ayudarnos cuando apuntan las dificultades con las tentaciones del maligno, los malos pensamientos… y llevarnos a esclafar todo ello en él, para que nos libre de todo ello.

¡Cuántas energías perdemos al cegarnos en poner tropiezo al prójimo, o abrir la boca para decir mal de otros!

Seguir a Cristo con las fortísimas y espléndidas armas de la obediencia, la humildad, la paciencia, huyendo a la envidia, la vanidad, la maledicencia… será el camino para merecer Aquel que nos llama a su Reino.

No somos perfectos, pero todos somos perfectibles. Tenemos posibilidades de hacer camino hacia Cristo, de hacer un camino de conversión. Tenemos unos límites que aprovecha el maligno para la tentación y perdernos. Pero también ésta es nuestra riqueza, nuestra posibilidad de salvación. A veces cuesta tanto hacer el bien como hacer el mal, o quizás cuesta más esfuerzo hacer el mal, pensar mal… Un simple y trivial hecho nos puede desestabilizar si nos limitamos a ver y querer el lado oscuro y negativo.

La plaza de murmurador y criticador siempre estará libre para acogernos a ella, ocuparla… Preguntémonos si somos más o menos felices ocupando esta plaza y sirviéndonos de ella.

San Benito nos dice que el Señor espera de nosotros la respuesta continua cada día. Aprovechemos estos días de tregua de nuestra vida, para corregir nuestras malas inclinaciones, y no perder al Señor que no quiere otra cosa que nuestra conversión.

Como escribe san Juan Crisóstomo: “cuando quieras reconstruir en ti aquella casa que Dios se edificó en el primer hombre, envuélvete en la modestia, la humildad y resplandece con la luz de la justicia, cuídate con las buenas obras, como el oro acendrado” (Hom 6 sobre la oración.

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