sábado, 31 de octubre de 2020

CAPÍTULO 19 NUESTRA ACTITUD DURANTE LA SALMODIA

 

CAPÍTULO 19

NUESTRA ACTITUD DURANTE LA SALMODIA

Creemos que Dios está presente en todo lugar y que «los ojos del Señor están vigilando en todas partes a buenos y malos»; 2 pero esto debemos creerlo especialmente sin la menor vacilación cuando estamos en el oficio divino. 3 Por tanto, tengamos siempre presente lo que dice el profeta: «Servid al Señor con temor»; 4 y también: «Cantadle salmos sabiamente», 5 y: «En presencia de los ángeles te alabaré». 6Meditemos, pues, con C 27 Abr 30 Jul. 1 Nov 23 Ene.. 54 qué actitud debemos estar en la presencia de la divinidad y de sus ángeles, 7 y salmodiemos de tal manera, que nuestro pensamiento concuerde con lo que dice nuestra boca.

Para que nuestro pensamiento esté de acuerdo con nuestra voz, para servir al Señor con temor, para salmodiar con gusto debemos de creer siempre en la presencia del Señor, y considerar cómo debemos estar en su presencia y en la de los ángeles.

Se precisa una actitud, una predisposición, una conciencia de lo que hacemos y de su importancia. En la plegaria, en el Oficio Divino, no solo estamos cumpliendo una obligación que hemos aceptado, sino que estamos participando de la liturgia celestial, que nos hace estar en la presencia de Dios. Ubique maxime… Por tanto, recordémoslo siempre.

De esta presencia ya nos habla san Benito en el primer grado de la humildad, pero ahora nos la pone en práctica, y nos habla de su aplicación en una situación concreta, como es la plegaria. No es una plegaria cualquiera porque es nuestra plegaria en un doble sentido, ya que la protagonizamos nosotros en comunidad, y porque se apoya en un lenguaje muy  concreto. Nos habla de salmodiar, ya que los salmos son el lenguaje que utilizamos para alabar y comunicarnos con Dios, un Dios presente en todas partes, pero sobre todo en el Oficio Divino.

Nos contaban la anécdota del monje nervioso porque el Oficio se alargaba en exceso, y se decía a sí mismo: ¡“con los trabajos que tengo que realizar”!  Toda una muestra de que el pensamiento y la voz no siempre van de acuerdo. Algo que nos sucede a menudo. Con lo cual nuestra plegaria viene a ser deficiente, incompleta.

San Benito nos dice de no anteponer nada al Oficio Divino, lo cual no siempre resulta una tarea fácil. En primer lugar, porque nos puede surgir una incompatibilidad en nuestros horarios, o por el ritmo de nuestra jornada, u otros temas relacionados con el mundo exterior… Y en segundo lugar, porque nuestras preocupaciones comunitarias, o personales nos alejan y acaban por amenazar nuestra sintonía entre la voz y el pensamiento.

Siempre puede haber un imponderable que nos obligue a una ausencia, pero es prudente no buscarla de manera voluntaria, ni favorecerla, sino más bien gozar espiritualmente de cada hora del Oficio. Ir a la presencia de Dios de esta manera tan privilegiada y con una participación tan activa, debería suponer el Oficio Divino como lo que se dice del monje cartujo en relación a su celda: como el agua para el pez, o los pastos para la oveja.

Escribe Dom Guillermo, abad de Mont-des- Cats, que este capítulo le trae a la mente un compañero de estudios universitarios, antes de la entrada en el monasterio, que enamorado de una muchacha hacía todo lo posible por encontrarse con ella, y cuando esto sucedía su rostro se transformaba. Esto es lo que nos quiere decir san Benito:  la manera como debemos considerar siempre en presencia del amado, y mucho más cuando lo alabamos en el Oficio, le suplicamos, estamos en comunicación con el Padre, con el mismo lenguaje que su Hijo, el Cristo: con la salmodia.

No deberíamos olvidar estas consideraciones, a fin de estar concentrados en la plegaria de manera que haya sintonía voz y pensamientos, a fin de gozar de la presencia próxima,  evidente, de Dios. Puede haber momentos de sequedad espiritual, momentos más bajos, más o menos prolongados, durante los cuales la plegaria nos resulte pesada, ardua. Lo recordaba el Papa Francisco en su catequesis semanal:

“Si en una noche de plegaria nos sentimos débiles y vacíos, si nos parece que la vida es inútil, debemos, en este momento pedir para que la plegaria de Jesús sea también la nuestra. O puedo orar hoy, no sé qué hacer, no me viene de gusto, soy indigno. En este momento es necesario confiar en él, para que ore por nosotros. Él se encuentra delante del Padre para orar por nosotros, es el intercesor. Para que el Padre contemple nuestras heridas. ¡Debemos creer esto! Si nosotros tenemos fe, entonces sentiremos la voz, una voz del cielo, más fuerte que la que sale de nuestro interior, en nuestro interior sentiremos esta voz que dice palabras de ternura: Tú eres el amado de Dios, tú, eres el Hijo, tú eres la gloria del Padre del cielo. (Audiencia General 28 Octubre 2020)

La afirmación de este capítulo parece muy sencilla, pero es fundamentalmente teológica y espiritual. Dios está presente en todas partes y en todo momento. No hemos de ponernos en su presencia, lo estamos siempre. Lo que debemos hacer es ser conscientes de ello en todo momento, pero sobre todo en el Oficio Divino.

No solamente vivimos en la presencia de Dios, sino que vivimos bajo su mirada, siempre compasiva y misericordiosa, que nos pide conversión. De esta convicción san Benito saca tres conclusiones: El Señor debe servirse con temor, es decir con reverencia filial; hemos de salmodiar con gusto, y a la vez ser conscientes de que la liturgia terrena es una anticipación de la liturgia celestial.

 

 

 

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