CAPÍTULO 7,59
LA
HUMILDAD
59El
décimo grado de humildad es que el monje no se ría fácilmente y en seguida,
porque está escrito: «El necio se ríe estrepitosamente».
Entre el grado 9 de la
humildad, que nos habla de reprimir la lengua para evitar el pecado y el 11 que
dice de hablar suavemente sin reír, nos encontramos con el 10 que nos habla de
no reír fácilmente, de no tener un reír necio o ruidoso.
San Benito, en estos
últimos grados de la escala de la humildad se preocupa de la apariencia, o de
que nuestro interior se ha de reflejar en el exterior. Una cosa es estar gozoso
y otra reír neciamente, cuando la motivación de nuestra alegría debe estar de
acuerdo con nuestra vida.
Reír es fácil, pero con
frecuencia lo hacemos para reírnos de los otros y entonces la motivación no es
la mejor, pues se puede faltar a la caridad. Y puede suceder que la motivación
de nuestra alegría sea la falta de caridad, nuestra autosuficiencia y nuestro
orgullo.
Reprimir el reír cuando
alguno cae o tropieza, sea físicamente o de otra manera, no siempre es fácil,
cuando, sin embargo, pueden ser tropiezos en los que caemos también nosotros. O
también podemos reírnos haciendo acepción de personas, motivados por una
dependencia afectiva fuera de lugar. Todos cometemos errores, por lo cual hacer
escarnio de una situación concreta de un hermano, en liturgia, un servicio o
trabajo… estaría en este reír necio del que nos habla san Benito.
Nosotros somos
afortunados porque vivimos una vida que hemos elegido, pero hay mucha gente que
padece situaciones no queridas. Lo podemos ver en medio de esta situación de
pandemia que estamos viviendo, que provoca una seria crisis económica y laboral
que afecta a muchas familias que ven el futuro amenazado. No podemos, no
debemos estropear esta situación privilegiada que se refuerza con la razón
fundamental de ella que es la llamada de Dios, con una risa necia u otros
comportamientos que están fuera de lugar.
San Benito nos dice de
no ser fáciles y rápidos en la risa. Quizás él no era inclinado a reír, o
quizás algún miembro de su comunidad abusaba de ello, pero, en general, el
texto de la Regla lo presenta como un monje gozoso de serlo, pero con una
alegría humilde, contenida. Él quiere que haya en el corazón de los monjes una
alegría, según dice la Escritura: “Dios ama al que da con alegría” (2Cor
9,7), porque la alegría es un signo de caridad, un fruto del Espíritu. Lo
que reprueba es la ligereza y superficialidad, que se opone a la alegría
interior.
La misma Escritura
opone la risa a la alegría, ya que ésta es espiritual, un don de Dios que nace
de la paz del corazón. El reír necio tiene un sentido peyorativo. San Benito
nos habla de un reír sereno que nace de un corazón puro y alegre. Y de esta
alegría es de la que tenemos que dar testimonio, que es la alegría de Cristo
resucitado, que nadie nos puede arrebatar.
El mundo, con todas sus
consecuencias de sufrimientos, tiene necesidad de esta alegría tranquila y
profunda que no tiene nada que ver con la risa necia, que con frecuencia es
despectiva, como la que sufre Jesús en el pretorio o en la cruz por parte de
sus verdugos.
La conversión de
corazón, parece sugerir san Benito en estos últimos grados, es preciso
desplegarla a todo el cuerpo. El lenguaje del cuerpo puede expresar si estamos
abiertos o no a Dios, y si nos ponemos por completo en sus manos. Esta
conversión del corazón, trasladada a una determinada actitud externa se
relaciona también con nuestra manera de hablar…
Hay una risa
liberadora, sana, alegre y sincera junto a aquella risa necia, cínica, que
quiere mostrar un complejo de superioridad cuando tratamos con los demás, y que
es cuando san Benito nos propone tener siempre presente al Señor, que haga
posible en nosotros una manifestación humilde en el cuerpo, en los gestos y en
la moderación de la risa. Así todo el hombre, alma y cuerpo estará impregnado
del Espíritu de Dios.
Escribe san Basilio en
su Regla que “entregarse a una risa ruidosa e inmoderada es un signo de
intemperancia, y la prueba de que uno no se sabe mantener en calma, ni reprimir
la frivolidad del alma por una razón santa. No hay ningún inconveniente en
mostrar con una risa alegre el interior de nuestra alma. Como dice un proverbio
de la Escritura: “El hombre contento hace buena cara, el hombre abatido está
afligido (Prov 15,13), pero reír con estrépito y ser sacudido a pesar de uno
mismo no está hecho para un alma tranquila, probada por si misma. Este tipo de
risa Cohelet la reprueba como el gran adversario de la estabilidad del alma:
las risas me parecían una estupidez, la alegría una cosa sin sentido (Coh 2,2)
y añade “como chisporroteo de la aliaga quemando bajo la olla, así son las
risas de los necios. También, todo esto es vanidad” (Coh 7,6) (Regla de san
Basilio 8, 26-28)
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