domingo, 8 de noviembre de 2020

CAPÍTULO 26 LOS QUE SE RELACIONAN CON LOS EXCOMULGADOS SIN AUTORIZACIÓN

 

CAPÍTULO 26

LOS QUE SE RELACIONAN CON LOS EXCOMULGADOS

SIN AUTORIZACIÓN

Si algún hermano, sin orden del abad, se permite relacionarse de cualquier manera con otro hermano excomulgado, hablando con él o enviándole algún recado, 2 incurrirá en la misma pena de excomunión.

Este, es uno de los capítulos que san Benito dedica a las faltas, y a la manera de corregirnos. Ciertamente, la palabra “excomunión” nos suena muy dura, propia de otro tiempo y falta de caridad. San Benito escribe la Regla desde la experiencia, sabiendo que la naturaleza humana es débil, y que podemos caer en faltas. Por esto cree que una separación de la vida comunitaria puede ser un castigo, si tienen lugar unas faltas graves, que ayude a volver a la comunión con el resto de la comunidad. La excomunión se puede considerar como castigo o como remedio.

EL Diccionario General de la Lengua Catalana define la excomunión como acción de excomunicar, separar de la comunión de la Iglesia. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define el vocablo como una privación de los sacramentos y sufragios comunes de los fieles de la Iglesia Católica. Nuestras excomuniones particulares, evidentemente, no responden a estas definiciones ya que son fruto de nuestra voluntad personal, banal y no fruto de los procedimientos que estableces san Benito. A pesar de ello son excomuniones que hieren y rompen la comunión dentro de la comunidad.

¿Por qué aplicamos nosotros, de manera personal, la excomunión?

Porque consideramos que no está en comunión con nosotros quien no “nos sigue la corriente”, que no nos aplaude “nuestras gracias” que no acepta lo que hacemos, o no nos considera superiores cuando nos creemos que lo somos. Lo cual tiene mucho de absurdo. Y lo que viene a resultar absurdo una falta total de humildad, y falto de sentido para quienes están bajo la Regla de san Benito, y llamados a subir o intentarlo, al menos de subir esos grados de humildad que nos invita la Regla.

Tenemos el peligro de sentirnos el centro del universo, y queriendo hacer una Regla a nuestra medida, que responda a nuestros deseos personales. De modo que hasta nos lleve a pensar que ante el juicio de Dios opinemos que merecen un riguroso castigo. Lo cual nos pone bastante alejados del publicano que oraba en el templo, humilde y arrepentido. A la vez que pone de relieve nuestra ignorancia de las enseñanzas del mismo Jesús cuando hablaba del hipócrita que quiere sacar la mota del ojo del hermano y no ve la vida que tiene en el suyo. Y todo esto abre abismos de distancia entre un hermano y otro.

La excomunión que establece san Benito, la reserva a los reincidentes, a quienes se obstinan en apartarse de la comunidad, y cuando nosotros queremos imitarlo según nuestro criterio personal.

San Benito no se mueve por un deseo meramente personal, sino que su Regla es fruto de años de experiencia de vida espiritual, eremítica primero, y comunitaria después. Sabe bien que de qué pie calzan los monjes, los peligros que les acechan, la posibilidad de caer en el pozo de la soberbia o tropezar con la piedra de la murmuración. Por esto nos advierte sobre las fuentes u origen de nuestra injusta visión de los demás. Nos lo ha dicho en el capítulo XXII que abre este código penal de la Regla: la desobediencia, la soberbia, la murmuración, el orgullo, como nos dice en capítulo XXVIII.

Ciertamente, estos capítulos nos suenan bastante duros, pero solo cuando pensamos que se nos pueden aplicar a nosotros, no cuando es para los demás. ¿Cómo podemos decir que entre un hermano y yo hay un abismo, que no queremos saber nada, que “hasta aquí hemos llegado”?

La clave es la presencia o la falta de amor. Nos lo dice Guillermo de Saint-Thierry:
“Esta es la justicia vigente entre los hombres: ámame porque yo te amo. Pero es más difícil encontrar quien pueda afirmar: yo te amo, para que me ames” (Sobre la contemplación de Dios)

Evidentemente, si hay alguno capaz de amar sin condiciones, incluso cuando excomunicamos, y no es otro que Cristo, nuestro maestro y nuestro modelo.

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