domingo, 28 de febrero de 2021

CAPÍTULO 53 LA ACOGIDA DE LOS HUÉSPEDES

 

CAPÍTULO 53

LA ACOGIDA DE LOS HUÉSPEDES

1 Todos los huéspedes que se presenten en el monasterio ha de acogérseles como a Cristo, porque él lo dirá un día: «Era peregrino, y me hospedasteis». 2 A todos se les tributará el mismo honor, «sobre todo a los hermanos en la fe» y a los extranjeros 3Una vez que ha sido anunciada la llegada de un huésped, irán a su encuentro el superior y los hermanos con todas las delicadezas de la caridad. 4 Lo primero que harán es orar juntos, y así darse mutuamente el abrazo de la paz. 5 Este ósculo de paz no debe darse sino después de haber orado, para evitar los engaños diabólicos. 6 Hasta en la manera de saludarles deben mostrar la mayor humildad a los huéspedes que acogen y a los que despidan; 7 con la cabeza inclinada, postrado el cuerpo en tierra, adorarán en ellos a Cristo, a quien reciben. 8 Una vez aco gidos los huéspedes, se les llevará a orar, y después el superior o aquel a quien mandare se sentará con ellos. 9 Para su edificación leerán ante el huésped la ley divina, y luego se le obsequiará con todos los signos de la más humana hospitalidad. 10 El superior romperá el ayuno para agasajar al huésped, a no ser que coincida con un día de ayuno mayor que no puede violarse; 11 pero los hermanos proseguirán guardando los ayunos de costumbre. 12 El abad dará aguamanos a los huéspedes, 13 y tanto él como la comunidad entera lavarán los pies a todos los huéspedes, 14 Al terminar de lavárselos, dirán este verso: «Hemos recibido, ¡oh Dios!, tu misericordia en medio de tu templo». 15 Pero, sobre todo, se les dará una acogida especial a los pobres y extranjeros, colmándoles de atenciones, porque en ellos se recibe a Cristo de una manera particular; pues el respeto que imponen los ricos, ya de suyo obliga a honrarles. * 16 Haya una cocina distinta para el abad y los huéspedes, con el fin de que, cuando lleguen los huéspedes, que nunca faltan en el monasterio y pueden presentarse a cualquier hora, no perturben a los hermanos. 17 Cada año se encargarán de esa cocina dos hermanos que cumplan bien ese oficio. 18 Y, cuando lo necesiten, se les proporcionará ayudantes, para que presten sus servicios sin murmurar; pero, cuando estén allí menos ocupados, saldrán a trabajar en lo que se les indique. 19 Y esta norma se ha de seguir en estos y en todos los demás servicios del monasterio: 20 cuando necesiten que se les ayude, se les dará ayudantes; pero, cuando estén libres, obedecerán en lo que se les mande. 21 La hospedería se le confiará a un hermano cuya alma esté poseída por el temor de Dios. 22 En ella debe haber suficientes camas preparadas. Y esté siempre administrada la casa de Dios prudentemente por personas prudentes. 23 Quien no esté autorizado para ello no tendrá relación alguna con los huéspedes, ni hablará con ellos. 24 Pero, si se encuentra con ellos o les ve, salúdeles con humildad, como 107 hemos dicho; pídales la bendición y siga su camino, diciéndoles que no le está permitido hablar con los huéspedes.

 

Era forastero y me acogisteis” (Mt 25, 35) este texto es la fuente inspiradora para san Benito de todo el capítulo, dando cumplimiento a la séptima de las obras de misericordia: “acoger a los peregrinos”.

Jesús habla de hechos concretos según los cuales nos examinarán en el juicio: dar de comer a quien pasa hambre, beber al sediento, vestir al desnudo, vestir al desnudo o visitar al encarcelado. Porque en cada uno de estos, forastero, hambriento, sediento, desnudo… está el mismo Cristo.

San Benito no nos propone un acogimiento selectivo, a los que piensan como nosotros, a los amigos o quienes nos caen bien, sino a todo aquel que llama a nuestra puerta. Todos sabemos que a la puerta de un monasterio llama gente de lo más diversa, y a todos es preciso dar una acogida como al Cristo. Acoger no implica necesariamente compartir un mismo pensamiento o unas mismas creencias, sino reconocer a Cristo en el otro, en el poderoso, en el débil, rico o pobre, joven o viejo… y hacerlo con atención y caridad.

Nuestra relación con los forasteros debe estar marcada con el sello de la caridad, y saber transmitir el mensaje de nuestra fe en toda acogida. San Benito sabe que puede haber riesgos, por lo cual pide que el beso de paz se dé sino después de la experiencia de la plegaria, para evitar los engaños diabólicos.

De aquí que la plegaria y la ley divina son los medios privilegiados para transmitir el mensaje evangélico, que ha de marcar nuestra vida, y que tenemos la obligación de transmitir en nuestra vida. Sin engaños, sin juntarnos ni hablar con los huéspedes de manera indebida, siempre con humildad y solicitud. Una solicitud ejercida por aquel a quien le ha sido encargado el servicio de hospedero, y no a ninguno otro.

San Benito subraya que el hospedero debe ser un monje movido por el temor de Dios, previsor, tener las celdas preparadas… es decir un monje que lleve a cabo su servicio con sabiduría humana y evangélica.

Pues, éste viene a dar la imagen del monasterio de cara al huésped, y es responsable de transmitir los valores de la vida monástica a quien viene para compartir unos días, o incluso unas horas. 

San Benito lo repite por activa y por pasiva. Hay el riesgo de caer en engaños diabólicos, de no actuar humildemente, de no ser solícito, o sin temor de Dios. Seguramente todos recordamos como antes de entrar en el monasterio fuimos huéspedes, y recordamos quien era el monje hospedero que nos acogió. No se entendería un hospedero que buscase hacer una especie de comunidad paralela y efímera, ya que actúa en nombre de toda la comunidad, lo cual se puede extrapolar a todos y cada uno de los diversos servicios monásticos encargados a los diferentes monjes.

Llevamos ya casi un año sin huéspedes. Los que hemos tenido fueron pocos y siempre por causas excepcionales. Quizás esto ha dado a nuestra vida comunitaria, durante estos meses, un cierto aire más introspectivo. No es algo que hemos elegido, sino que nos ha venido por las circunstancias y medidas sanitarias de la pandemia.

Todos recordamos la última Semana Santa vivida con las puertas cerradas y de manera singular, ya que estábamos habituados a vivirla compartiendo con huéspedes y numerosas personas que se acercan en estas fechas al monasterio para celebrar el misterio central de nuestra fe. Tarde o temprano volveremos a recibir huéspedes, y si bien será un momento de reconsiderar algunas cosas respecto a la hospedería, nos irá bien tener presente lo que nos enseña o exhorta este capítulo de la Regla. Ya que recibir al forastero es una actividad unida desde siempre a la vida de los monjes, y es preciso hacerlo con la máxima solicitud.

Ciertamente, por parte del huésped, es preciso un respeto hacia nuestra vida, a nuestra intimidad, compartiendo los mismos espacios y ciertas partes de la jornada, pero esto no debe llevarnos a sobrepasarnos en nuestra relación con ellos. Como siempre, el punto debe estar en el equilibrio y discreción, de la que nos habla la Regla.

En este mismo capítulo tenemos una muestra cuando nos habla de que debe atender a los huéspedes aquel que es encargado por el abad, y que debe tener el alma llena del temor de Dios, y actuar con previsión, evitando gestos y situaciones que den lugar a engaños diabólicos, o quien no tiene la responsabilidad para relacionarse con los huéspedes. Acoger a quien llama, acogemos a Aquel que un día nos dirá: era forastero y me acogisteis” (Mt 25,35)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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