CAPÍTULO
34
SI
TODOS HAN DE RECIBIR IGUALMENTE LO NECESARIO
Está escrito: «Se
distribuía según lo que necesitaba cada uno». 2 Pero con esto no queremos decir
que haya discriminación de personas, ¡no lo permita Dios!, sino consideración
de las flaquezas. 3 Por eso, aquel que necesite menos, dé gracias a Dios y no
se entristezca; 4 pero el que necesite más, humíllese por sus flaquezas y no se
enorgullezca por las atenciones que le prodigan. 5Así todos los miembros de la
comunidad vivirán en paz. 6 Por encima de todo es menester que no surja la
desgracia de la murmuración en cualquiera de sus formas, ni de palabra, ni con
gestos, por motivo alguno. 7Y, si alguien incurre en este vicio, será sometido
a un castigo muy severo.
Necesario, innecesario
o superfluo, parecen palabras asépticas bien definidas en su significado
objetivo. Si venimos a su sentido concreto ya no lo son tanto. Recibir todos
por igual las cosas necesarias es algo irreal, imposible a nivel de humanidad,
donde hay quienes no tienes lo imprescindible para vivir, que mueren incluso de
hambre, mientras se lanza por otro lado la comida, o se vive cada día de
capricho, no se sabe que hacer con su dinero…
Lo idea de la comunidad
apostólica era que cada uno tuviese lo necesario para su existencia, pero
incluso dentro de la Iglesia este ideal se ha ido desvaneciendo.
San Benito no se puede
considerar el precursor de un comunitarismo social, ni menos un ideólogo de
ningún sistema político, que tuviese ese ideal de la igualdad como fundamento.
San Benito bebe en las aguas del Evangelio y nos propone de vivir un
igualitarismo asimétrico que nos va planteando a lo largo de la Regla, haciendo
una opción por los débiles y los pobres. Pero gran parte del sentido de lo
necesario depende de cada uno de nosotros, más que de una decisión externa.
Realmente, ¿qué es lo
necesario? Y otra pregunta: ¿el otro hermano qué necesita? Y una tercera pregunta:
si todos necesitan lo que yo necesito ¿es sostenible la economía del
monasterio?
Este capítulo de la
Regla no lo podemos desvincular de los dos anteriores: el cuidado de las
herramientas del monasterio, y el no tener nada como propio. Si lo que tenemos
lo cuidamos, es un primer paso para no necesitar más cosas; y si todo lo
consideramos como de uso común, de muchas cosas podremos prescindir, porque de
hecho ya las tenemos.
Esta realidad, dadas
las circunstancias que estamos viviendo están lejos de ser una mera teoría,
sino una realidad muy concreta que nos afecta muy en vivo. Pues estamos en una
situación de crisis sanitaria con graves consecuencias económicas, y que, por
supuesto, como sabéis, nos afecta también directamente a nosotros. Esto nos debe
llevar a considerar muy seriamente acerca de las cosas que consideramos
necesarias. Sea la tarea que sea, la que nos afecte, lavandería, cocina, huero…
debemos preguntarnos en el servicio que nos corresponde llevar a cabo si ya
tengo los recursos o herramientas pertinentes para llevarlo a cabo.
Y lo que válido para
las cosas materiales se puede extrapolar a los recursos humanos o temporales. A
menudo desearíamos dos o tres ayudantes en nuestra tarea, pero la comunidad es
la que es, es necesario atender a necesidades múltiples y diversas con los
recursos humanos de que disponemos en este momento. Pues recurrir a ayudas
externas puede gravar más la economía, lo cual no es aconsejable, visto el
horizonte.
También en los recursos
temporales cabe aplicar el principio de priorizar lo más necesario. Todos
tenemos tareas pendientes, pero esto no debe hacernos olvidar lo que es más
importante, que viene a ser el considerar el motivo que me ha traído a vivir en
el monasterio.
”No anteponer nada
al Oficio Divino”, es la mejor manera que tenemos de no anteponer nada a
Cristo. Por ello, tengamos la responsabilidad que tengamos, el trabajo que
tengamos, que, seguro que será mucha y muy útil, será importante considerar que
primero somos monjes, y nuestro objetivo principal es buscar a Cristo en un
triple equilibrio entre plegaria, lectura de la Palabra de Dios y trabajo.
Siempre debe haber un equilibrio, y en ningún caso el trabajo, que no debemos
subestimar, debe imponerse sobre la plegaria y la lectura, porque dicha situación
nos conducirá, con toda seguridad, a una profunda sequedad espiritual.
Sin el agua de la
plegaria y la ayuda de la Lectio Divina nuestra vida espiritual fácilmente
derivará hacia una vida vulgar, sin unos alicientes de verdadero interés.
No es fácil la renuncia
a las cosas, herramientas… pero no debemos ser esclavos de la propiedad, y
anteponer el “tener”, material o temporal, al mismo Cristo. La diversidad de
una comunidad no significa uniformidad, lo cual nos llevaría al mal de la
murmuración, que nace del orgullo, y que nos hace vivir sin paz. No demos lugar
a la tristeza si no necesitamos, ni al orgullo si necesitamos más. Al final de
nuestra vida, como dice el Papa Francisco, no nos llevaremos más que el amor,
todo lo demás es superfluo.
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