domingo, 14 de febrero de 2021

CAPÍTULO 41 A QUÉ HORAS DEBEN COMER LOS MONJES

 

CAPÍTULO 41

A QUÉ HORAS DEBEN COMER LOS MONJES

Desde la santa Pascua hasta Pentecostés, los hermanos comerán a sexta y cenarán al atardecer. 2 A partir de Pentecostés, durante el verano, ayunarán hasta nona los miércoles y viernes, si es que los monjes no tienen que trabajar en el campo o no resulta penoso por el excesivo calor. 3 Los demás días comerán a sexta. 4 Continuarán comiendo a la hora sexta, si tienen trabajo en los campos o si es excesivo el calor del verano, según lo disponga el abad, 5 quien ha de regular y disponer todas las cosas de tal modo, que las almas se salven y los hermanos hagan lo dispuesto sin justificada murmuración. 6 Desde los idus de septiembre hasta el comienzo de la cuaresma, la comida será siempre a la hora nona. 7 Pero durante la cuaresma, hasta Pascua, será a la hora de vísperas. 8 Mas el oficio de vísperas ha de celebrarse de tal manera, que no haya necesidad de encender las lámparas para comer, sino que todo se acabe por completo con la luz del día. 9 Y dispóngase siempre así: tanto la hora de la cena como la de la comida se ha de calcular de modo que todo se haga con luz natural. , unos mismos gestos

Quizás, alguna vez, en el ámbito familiar, hemos escuchado la expresión; “en esta casa se come a la hora”, pues cuando se trata de una familia numerosa, y los hijos van creciendo no siempre resulta fácil juntarse todos los miembros a la misma hora. San Benito no descuida los detalles y establece las horas de las comidas.

Un sacerdote, en una entrevista reciente, era preguntado acerca de sentir la llamada a una vida monástica, al tener en sus parroquias un antiguo monasterio ya sin vida. Su respuesta era negativa pues decía que no se sentía capaz de seguir un horario, una vida reglada. De hecho, seguir un mismo horario, los mismos gestos y las mismas costumbres, no es el sentido de la vida monástica, son instrumentos, medios para centrarse en lo fundamental, que es buscar a Cristo.

En un cuartel, en un colegio o en una prisión estas reglamentaciones horarias pueden venir a ser unos signos de obligación, e incluso de esclavitud. No en nuestro caso. Nosotros no somos esclavos de un horario, de la campana… que va marcando el ritmo de nuestra jornada, sino que son elementos al servicio de nuestra manera de vivir. San Benito organiza todo para que nuestra manera de vivir sea con más placidez.

Cuando un hermano nuestro de comunidad es llamado a la casa del Padre no tenemos la sensación de que su vida haya sido monótona, ni aburrida, sino al contrario, la creemos apasionada, pues buscar a Cristo, seguirlo como modelo, no puede tener otro calificativo si lo hacemos con un compromiso serio. Total, de toda nuestra persona. San Benito nos propone seguir un ritmo metódico, para no tener que pensar lo que debemos hacer, sino que lo vivamos con toda naturalidad. Esto también es así para la comida y la bebida. Dedica varios capítulos a estos temas, destacando siempre su moderación, evitar los excesos, de manera que podamos llevar el ritmo de la comunidad con paz y eficacia. No es necesario poner en el centro de nuestra vida el culto al cuerpo, como suele suceder en nuestra sociedad. La vida es un regalo de Dios, y san Benito nos invita a vivirla con sobriedad, austeridad y discreción.

Guillermo de Saint-Thierry nos habla en “Carta a los hermanos de Monte de Dios” de este tema de la moderación. Es un texto que ha sido referencia también para los benedictinos, cistercienses y franciscanos. Una moderación de las vigilias y ayunos, realizadas con discreción, de manera que no apaguen el espíritu y dañen la salud. El objetivo siempre es que las almas se salven y no dar lugar a posibles murmuraciones.

También, en este ámbito de la refección san Benito nos habla del año litúrgico y del año natural, pues hay tiempos fuertes, como la Cuaresma, en los que se hace necesaria una contención en la comida y en la bebida, añadiendo la regla de un toque ecológico y práctico al decirnos que las comidas se lleven a cabo con la luz natural, sin duda para ahorrar no encendiendo unas luces.

Comer y beber, a la hora que corresponda, con discreción y contención, evitando los excesos, alimentando al mismo tiempo el alma, escuchando una lectura que ayude a crecer, y con unos lectores atentos, unos servidores eficientes en su servicio, y unos monjes atentos con seriedad a la lectura, obviando consideraciones sobre la comunidad que no vienen al caso.

Como escribe Guillermo de Saint-Thierry:

“Ya comáis ya bebáis, y todo lo que hagáis, de palabra o de obra, hacedlo todo en nombre del Señor Jesús con piedad, reverencia y santidad. Si tu mesa del refectorio es frugal por ella misma, hónrala con tu personal frugalidad. Cuando estés comiendo, no pongas tu atención; mientras el cuerpo toma su refección, que el alma no olvide la suya. (…) Es necesario supervisar la manera y la hora de comer, la cantidad y la cualidad de los alimentos. (…)  Comer en el tiempo estipulado, sin anticiparse a la hora. (…) Que esta necesidad no sea satisfecha de manera carnal, como lo hace la gente del mundo, sino de una manera digna de un monje, como conviene a un siervo de Dios” (Carta a los hermanos del Monte de Dios, 131-134).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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