domingo, 6 de junio de 2021

CAPÍTULO 57 LOS ARTESANOS DEL MONASTERIO

 

CAPÍTULO 57

LOS ARTESANOS DEL MONASTERIO

Si hay artesanos en el monasterio, que trabajen en su oficio con toda humildad, si el abad se lo permite. 2 Pero el que se envanezca de su habilidad por creer que aporta alguna utilidad al monasterio, 3 sea privado del ejercicio de su trabajo y no vuelva a realizarlo, a no ser que, después de haberse humillado, se lo ordene el abad. 4 Si hay que vender las obras de estos artesanos, procuren no cometer fraude aquellos que hayan de hacer la venta. 5 Recuerden siempre a Ananías y Safira, no vaya a suceder que la muerte que aquellos padecieron en sus cuerpos, 6 la sufran en sus almas ellos y todos los que cometieren algún fraude con los bienes del monasterio. 7 Al fijar los precios no se infiltre el vicio de la avaricia, 8 antes véndase siempre un poco más barato que lo que puedan hacerlo los seglares, 9 «para que en todo sea Dios glorificado».

Siempre, para san Benito la referencia es la Escritura, fundamento para escribir la Regla, y manual de la vida diaria. Por eso, se entiende la referencia a Ananías y Safira, como un aviso para los artesanos del monasterio ante la tentación de cometer un fraude.

La tentación de un fraude no es, para san Benito, la única ni la más importante tentación, pues corremos el riesgo de ejercer un oficio sin humildad, tocados por el orgullo, ante lo cual, san Benito es más radical pidiendo que sea apartado del oficio, y que no se reintegren hasta que no se humillen.

La relación vida monástica y engranaje económico no es nueva; ha existido desde el momento en que nace el monaquismo, ya que los monjes deben tener un medio de vida y san Benito desea que esto venga del propio esfuerzo. Cada comunidad, por su composición, ubicación o estructura del monasterio lo afronta de diversa manera. Hay un elemento común como es la hospedería, pues acoger al forastero es una de las actividades básicas de toda comunidad monástica, así como las que tienen que ver con nuestra vida diaria, como la cocina, lavandería, enfermería o administración. Otras pueden depender del lugar donde transcurre la vida de los monjes.

En el contexto de la vida monástica la tarea de los artesanos, el trabajo de la comunidad, no es algo menor. Un artesano no es aquel que emplea su tiempo en una actividad para ocupar un tiempo. Debe tener presente siempre el gasto que genera su actividad y los ingresos que aporta. No hay un verdadero artesano sin unos beneficios, vigilando de no caer en el mal de la avaricia.

También existe en el monasterio el artesano que ejerce su servicio de modo que con su trabajo evita un gasto externo, sea la cocina, sea la lavandería, o cuidando a los hermanos, jardinería, e incluso limpieza… Pues todo esto supone un ahorro. En este sentido, nos podemos sentir satisfechos al no tener necesidad de recurrir a una ayuda exterior.

En nuestro caso, no siendo único, es un caso singular. Pues querer mantener esta casa con una actividad artesanal es algo utópico, pues sería querer mantener una vida monástica en un conjunto declarado Patrimonio Mundial, cargado de historia y necesitado de cuidados y reparaciones de alto coste. Esto es algo muy vivo, muy patente, sobre todo en tiempos difíciles como estos que estamos viviendo. Sin duda, nuestra vida sería muy diferente en otro monasterio más funcional, donde el mantenimiento no exigiera tanta actividad laboral o económica. Pero Dios nos ha llamado a vivir aquí, donde la responsabilidad y el compromiso viene a ser como una especie de cuarto voto monástico.

Pero lo que debe ocuparnos más la lectura de este capítulo es su dimensión espiritual. San Benito parte de la humildad y del orgullo, del fraude y de la avaricia, muy consciente que, cuando entramos en contacto con las cosas mundanas, nuestra alma corre peligro, lo cual no quiere decir que las obviemos, sino que no olvidemos que somos monjes, y que la humildad y el espíritu de servicio, guíen también esta parte de nuestra vida.

El orgullo, en este caso, para san Benito consistiría en creer que nuestra tarea comunitaria aporta algo al monasterio. Pues el monje, antes que nada, es un receptor. Venimos al monasterio para un camino de salvación y de gracia, y si empezamos a imaginar que aportamos algo al monasterio, se puede correr el riesgo de recibir, a cambio, un trato de favor, alejándose de su condición de monje y perdiendo el rumbo de su vocación.

San Benito insinúa dos indicios para saber si caemos o no en este peligro. En primer lugar, si nos creemos indispensables, y un cambio de actividad nos pone en crisis. Y, en segundo lugar, la avaricia, el deseo de ganar más, lo que podría ser, como sugiere Dom Guillermo abad de Mont-des-Cats, caer en una especie de chantaje, de que si la comunidad no accede a mis pretensiones dejó de servirla. Entonces, dice Dom Guillermo, se puede producir una cierta acepción de personas, e instalarnos en una especie de jerarquía que no se corresponde con las responsabilidades reales, y llegamos a creernos más importantes que los demás, y con derecho a hacer o tener cosas que no nos corresponde hacer o tener. A veces, se puede caer en esta trampa de manera inconsciente, por lo que conviene estar vigilantes para evitar la tentación.

Siempre, en todo momento y toda actividad, debemos tener presente la última frase de este capítulo: la glorificación de Dios, es siempre nuestro objetivo, el sentido de cualquier acción que podemos emprender.

 

 

 

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