CAPÍTULO 57
LOS
ARTESANOS DEL MONASTERIO
Si hay artesanos en el
monasterio, que trabajen en su oficio con toda humildad, si el abad se lo
permite. 2 Pero el que se envanezca de su habilidad por creer que aporta alguna
utilidad al monasterio, 3 sea privado del ejercicio de su trabajo y no vuelva a
realizarlo, a no ser que, después de haberse humillado, se lo ordene el abad. 4
Si hay que vender las obras de estos artesanos, procuren no cometer fraude
aquellos que hayan de hacer la venta. 5 Recuerden siempre a Ananías y Safira,
no vaya a suceder que la muerte que aquellos padecieron en sus cuerpos, 6 la
sufran en sus almas ellos y todos los que cometieren algún fraude con los
bienes del monasterio. 7 Al fijar los precios no se infiltre el vicio de la
avaricia, 8 antes véndase siempre un poco más barato que lo que puedan hacerlo
los seglares, 9 «para que en todo sea Dios glorificado».
Siempre, para san
Benito la referencia es la Escritura, fundamento para escribir la Regla, y manual
de la vida diaria. Por eso, se entiende la referencia a Ananías y Safira, como
un aviso para los artesanos del monasterio ante la tentación de cometer un
fraude.
La tentación de un
fraude no es, para san Benito, la única ni la más importante tentación, pues
corremos el riesgo de ejercer un oficio sin humildad, tocados por el orgullo,
ante lo cual, san Benito es más radical pidiendo que sea apartado del oficio, y
que no se reintegren hasta que no se humillen.
La relación vida
monástica y engranaje económico no es nueva; ha existido desde el momento en
que nace el monaquismo, ya que los monjes deben tener un medio de vida y san
Benito desea que esto venga del propio esfuerzo. Cada comunidad, por su
composición, ubicación o estructura del monasterio lo afronta de diversa
manera. Hay un elemento común como es la hospedería, pues acoger al forastero
es una de las actividades básicas de toda comunidad monástica, así como las que
tienen que ver con nuestra vida diaria, como la cocina, lavandería, enfermería
o administración. Otras pueden depender del lugar donde transcurre la vida de los
monjes.
En el contexto de la
vida monástica la tarea de los artesanos, el trabajo de la comunidad, no es
algo menor. Un artesano no es aquel que emplea su tiempo en una actividad para
ocupar un tiempo. Debe tener presente siempre el gasto que genera su actividad
y los ingresos que aporta. No hay un verdadero artesano sin unos beneficios,
vigilando de no caer en el mal de la avaricia.
También existe en el
monasterio el artesano que ejerce su servicio de modo que con su trabajo evita
un gasto externo, sea la cocina, sea la lavandería, o cuidando a los hermanos,
jardinería, e incluso limpieza… Pues todo esto supone un ahorro. En este
sentido, nos podemos sentir satisfechos al no tener necesidad de recurrir a una
ayuda exterior.
En nuestro caso, no siendo
único, es un caso singular. Pues querer mantener esta casa con una actividad
artesanal es algo utópico, pues sería querer mantener una vida monástica en un
conjunto declarado Patrimonio Mundial, cargado de historia y necesitado de
cuidados y reparaciones de alto coste. Esto es algo muy vivo, muy patente,
sobre todo en tiempos difíciles como estos que estamos viviendo. Sin duda,
nuestra vida sería muy diferente en otro monasterio más funcional, donde el
mantenimiento no exigiera tanta actividad laboral o económica. Pero Dios nos ha
llamado a vivir aquí, donde la responsabilidad y el compromiso viene a ser como
una especie de cuarto voto monástico.
Pero lo que debe
ocuparnos más la lectura de este capítulo es su dimensión espiritual. San
Benito parte de la humildad y del orgullo, del fraude y de la avaricia, muy
consciente que, cuando entramos en contacto con las cosas mundanas, nuestra
alma corre peligro, lo cual no quiere decir que las obviemos, sino que no
olvidemos que somos monjes, y que la humildad y el espíritu de servicio, guíen
también esta parte de nuestra vida.
El orgullo, en este
caso, para san Benito consistiría en creer que nuestra tarea comunitaria aporta
algo al monasterio. Pues el monje, antes que nada, es un receptor. Venimos al
monasterio para un camino de salvación y de gracia, y si empezamos a imaginar
que aportamos algo al monasterio, se puede correr el riesgo de recibir, a
cambio, un trato de favor, alejándose de su condición de monje y perdiendo el
rumbo de su vocación.
San Benito insinúa dos
indicios para saber si caemos o no en este peligro. En primer lugar, si nos
creemos indispensables, y un cambio de actividad nos pone en crisis. Y, en
segundo lugar, la avaricia, el deseo de ganar más, lo que podría ser, como
sugiere Dom Guillermo abad de Mont-des-Cats, caer en una especie de chantaje,
de que si la comunidad no accede a mis pretensiones dejó de servirla. Entonces,
dice Dom Guillermo, se puede producir una cierta acepción de personas, e
instalarnos en una especie de jerarquía que no se corresponde con las
responsabilidades reales, y llegamos a creernos más importantes que los demás,
y con derecho a hacer o tener cosas que no nos corresponde hacer o tener. A
veces, se puede caer en esta trampa de manera inconsciente, por lo que conviene
estar vigilantes para evitar la tentación.
Siempre, en todo
momento y toda actividad, debemos tener presente la última frase de este
capítulo: la glorificación de Dios, es siempre nuestro objetivo, el sentido de
cualquier acción que podemos emprender.
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