domingo, 12 de febrero de 2023

CAPÍTULO 39, LA RACIÓN DE COMIDA

 

CAPÍTULO 39

LA RACIÓN DE COMIDA

 

Creemos que es suficiente en todas las mesas para la comida de cada día, tanto si es a la hora de sexta como a la de nona, con dos manjares cocidos, en atención a la salud de cada uno, 2 para que, si alguien no puede tomar uno, coma del otro. 3 Por tanto, todos los hermanos tendrán suficiente con dos manjares cocidos, y, si hubiese allí fruta o legumbres tiernas, añádase un tercero. 4 Bastará para toda la jornada con una libra larga de pan, haya una sola refección, o también comida y cena, 5Porque, si han de cenar, guardará el mayordomo la tercera parte de esa libra para ponerla en la cena. 6 Cuando el trabajo sea más duro, el abad, si lo juzga conveniente, podrá añadir algo más, 7 con tal de que, ante todo, se excluya cualquier exceso y nunca se indigeste algún monje, 8 porque nada hay tan opuesto a todo cristiano como la glotonería, 9 como dice nuestro Señor: «Andad con cuidado para que no se embote el espíritu con los excesos». 10 A los niños pequeños no se les ha de dar la misma cantidad, sino menos que a los mayores, guardando en todo la sobriedad. 11 Por lo demás, todos han de abstenerse absolutamente de la carne de cuadrúpedos, menos los enfermos muy débiles.

 

San Benito dice en el capítulo siguiente, que le da cierto escrúpulo establecer la medida del alimento de los demás. Por eso, establece unos mínimos y máximos, e invita a guardar una medida, y no caer en el extremo de la embriagueza.

La mesa comunitaria tiene un papel importante en la Regla, lo cual se muestra en la grandeza de los refectorios, la lectura, el silencio… Es la herencia de las primeras comunidades cristianas, que no estaban faltas de conflictos, como nos recuerda san Pablo: “Cuando os reunís ya no celebráis la cena del Señor, porque cada uno come la cena que ha traído, y mientras unos pasan hambre otros beben demasiado. (1Co 11,20-21). San Benito buscaba evitar todo exceso en la comida y en la bebida.

Es significativo, que a veces damos más importancia a la reunión del refectorio que al Oficio Divino, a juzgar por la asistencia, olvidando la Palabra de la Escritura: “El hombre no vive solo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Deut 8,3; Mt 4,4; Lc 4,4) Nuestro primer y más importante alimento debe ser la Palabra de Dios.

Nuestra vida debe centrarse en la plegaria, personal y comunitaria, así como en el trabajo, para cual debemos descansar lo suficiente, alimentarnos correctamente, de manera que estemos siempre dispuestos para servir al Señor en las condiciones más óptimas. Y para ello es fundamental seguir el ritmo fijado en la jornada de cada día, para no perder nuestra sintonía con el Señor.

La posibilidad de un exceso no siempre existe, ahora, acostumbrados a que no falte el plato en la mesa, aunque a veces nos mostramos excesivamente exigentes con la comida, y podemos olvidar que en una vida comunitaria se pueden vivir experiencias de lo más diverso. Escribía el P. Giovanni Rosavini, en su dietario de la refundación de Poblet:

“Había hambre; la col que habíamos encontrado entre las provisiones se acabó pronto. Al cabo de unos días llegó otra, y alguna otra más en los días sucesivos, pero un buen día el señor Toda nos dijo que el frío había helado todas las coles y no nos podía dar más, poque no eran buenas. Pasados dos o tres días junto a la muralla del monasterio, paseando, encontré el huerto de las coles. Efectivamente, estaban heladas, pero yo sabía que todavía eran buenas. Cogí una y la llevé al hermano Giovanni (Fioravanti, que hacía de cocinero) La comimos y la encontramos muy buena. Me parece que no sobró ni una hoja- Y concluye con ironía: Constatamos que las cosas robadas son más buenas” (Comunión del alma)

El mismo Rosavini decía en una entrevista posterior que “no pasamos hambre, solo teníamos un apetito muy grande” (Revista Poblet, nº 3)

No se puede decir que aquellos primeros monjes de la restauración que su Dios fuera el vientre como dice el Apóstol a los Filipenses (cfr. Flp 3,19)

Como escribe el P. Bernabé Dalmau, monje de Montserrat: “Otra cosa es cuando la restricción o el hambre imponen quedarse con lo que uno encuentra o tiene a su disposición. Entonces, las reducciones voluntarias por motivos ideológicos o de cultura gastronómica son simplemente música celestial”. (Alimentación y vida espiritual)

 San Benito es sensible a las necesidades de los más débiles, de los que necesitan más; y nos habla de los enfermos, de los niños y de los ancianos, pero siempre considerando la sobriedad. Escribe el monje de Sept Fons Dom Robert Thomás: “Dios ha puesto un gusto en los alimentos y ha dado al hombre el sentido del gusto; ¿es necesario mortificar el gusto?... Hay una medida para guardar, una discreción a observar; la mortificación no es una finalidad en si misma, tan solo bajo el pretexto de la discreción uno puede dar más o menos margen a la naturaleza humana” (La jornada monástica)

El Apóstol escribía a los cristianos de Corinto: “Es cierto que los alimentos son para el vientre, y el vientre para los alimentos, pero Dios destruirá una cosa y otra. El cuerpo no es para la inmoralidad, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo” (1Cor 6,13). Y también decía a los efesios: “No ha habido nadie que no amase su cuerpo, al contrario, todos lo alimentan y lo visten. (Ef 5,29)

El cuerpo, como el alma, es un regalo de Dios, y debemos tratarlo con respeto, como un don de Dios. Esto nos pide vivir con mesura, con sobriedad, sin perder nunca de vista para qué y para quién vivimos.

Escribe san Bernardo con su contundencia verbal refiriéndose a los excesos en las comidas: “¿Para qué tanto cuidado sino para matar la monotonía? Tampoco descuidan la presentación en las bandejas, para que la vista se pueda deleitar, como después lo hará el paladar. Así, cuando el estómago comienza a demostrar su saturación, ya los ojos han quedado satisfechos. Pero, a pesar de la vista que ofrecen a las miradas y la seducción con dar placer al gusto, el pobre estómago, que no entiende de colores, ni de sabores, es condenado a recibir todo lo que entra, y en su opresión se siente no precisamente satisfecho, sino como enterrado bajo la comida” (Apología a Guillermo, 20,2)

Una llamada contundente contra el riesgo del abuso, una llamada a hacernos servidores de Cristo, nuestro Señor, y no del vientre (cfr. Rom 16,18)

Medida, simplicidad y austeridad, es decir, templanza, fidelidad al espíritu de la Regla, y esto en todo: en la plegaria, en el trabajo, en la Lectio, en el descanso, y también en el comer y beber. Nada en exceso, y estar siempre a punto para servir al Señor en todo momento.

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