domingo, 19 de febrero de 2023

CAPÍTULO 46, LOS QUE INCURREN EN OTRAS FALTAS

 

CAPÍTULO 46

LOS QUE INCURREN EN OTRAS FALTAS

 

Si alguien, mientras está trabajando en cualquier ocupación en la cocina, en la despensa, en el servicio, en la panadería, en la huerta, en un oficio personal o donde sea, comete alguna falta, 2 o rompe o pierde algo, o cae en alguna otra falta, 3 y no se presenta en seguida ante el abad y la comunidad para hacer él mismo espontáneamente una satisfacción y confesar su falta, 4 si la cosa se sabe por otro, será sometido a una penitencia más severa. 5 Pero, si se trata de un pecado oculto del alma, lo manifestará solamente al abad o a los ancianos espirituales 6 que son capaces de curar sus propias heridas y las ajenas, pero no descubrirlas y publicarlas.

 

Escribe san Juan Crisóstomo: “Jesucristo nos une a Él… Quien se separa un poco, tan solo un poco, se aleja cada vez más”(Hom 8,4 1Cor)

Podemos estar siempre tentados de no dar mucha importancia a las faltas leves, aquellas a las que refieren estos capítulos de la Regla que estamos leyendo: equivocaciones en el oratorio, hacer tarde al Oficio o a la mesa…

De todo ello podemos decir que no hay para tanto. Sin la ayuda de Dios no podemos volver a una estricta fidelidad; pero para tener esta ayuda es preciso pedirla, y para pedirla debemos ser conscientes de que la necesitamos, o sea, saber que estamos en falta.

Cualquier adicción mundana, podemos pensar de ella que la dejaremos cuando queramos, pensando que somos nosotros quienes dominamos las pasiones y las tentaciones. Difícilmente es así. Y podríamos citar muchos ejemplos: “dejo la lectio para descansar un poco más a la mañana”. O “en mi ausencia del Oficio Divino”… La realidad es que estas situaciones de “ausencia” nos van haciendo sentir peor, y con malas reacciones ante cualquier situación que nos contraría, e incluso llegar a jugar con la propia vocación monástica.

De aquí que la sistematización de las faltas leves acaban por llevarnos a situaciones graves que inciden fuertemente en nuestra espiritualidad.

Tenemos miedo de confrontar nuestros fallos, pues, en el fondo, somos conscientes de la pobreza de nuestros argumentos para justificar las faltas leves; y menos de las graves. Este puede ser también un argumento perfectamente válido ante el sacramento de la Penitencia.

Faltamos, pecamos, y, muchas veces, conscientemente, porque la tentación de imponer nuestra voluntad, y que los demás se muevan al nuestro alrededor y capricho es fuerte, omnipresente y peligrosa, si no rectificamos.

Nuestra vida monástica, nuestra vida cristiana es una carrera, como dice el Apóstol a los cristianos de Corinto, y como tal hay momentos de cierta euforia, de cansancio… pero no debemos de perder de vista que estamos en una carrera de fondo, donde lo importante es llegar todos juntos a la vida eterna, como nos dice san Benito. Y difícilmente llegaremos si nos detenemos a descansar en una piedra a mitad del camino, y perdemos la voluntad de retomar la carrera.

San Benito propone de reconocer la falta, antes de que otro nos lo haga saber, y dar satisfacción como una manera de liberarnos, poniendo nuestro contador a cero, y curadas las heridas, seguir adelante. Nuestra alma que padece por los pecados, sobre todo padece cuando se guardan, cuando no los confesamos, pues al conservarlos de manera dolorosa nos hacen más mal y acaban por pasarnos factura en nuestra salud espiritual. Todo esto nos lleva a perder la paz interior, l relación con el Señor.

“Se cuenta que tres amigos se hicieron monjes. El primero buscó pacificar a quienes estaban en combate, según está escrito: Bienaventurados los que trabajan por la paz (Mt 5,9); el segundo eligió visitar a los enfermos; y el tercero fue a vivir al desierto. Entonces, el primero, cansado por las luchas entre los hombres y no poder curarlos a todos, entristecido fue a visitar a quien servía a los enfermos, y lo va encontrar desilusionado y sin llegar a cumplir totalmente el mandamiento que se había comprometido; y de común acuerdo fueron los dos a visitar al ermitaño, y le expusieron su tribulación, y le pidieron que les aconsejase convenientemente. Después de un breve silencio, éste puso agua en un recipiente y les dijo: “Mirad el agua”. Estaba turbia. Poco después les dijo de nuevo; Mirad como ahora el agua está tranquila”. Y cuando miraron el agua vieron sus rostros como en un espejo. Y entonces les dijo: Así es también el que esta en medio de los hombres. La agitación le impide ver sus faltas, pero cuando vive en el desierto, entonces las ve (Libro de los ancianos, 2,29)

Así nos pasa a nosotros también, nuestra propia agitación interior nos impide de ver con claridad nuestras faltas que, a la vez, son también causa de una nueva agitación. San Benito no quiere que nos habituemos a cometer faltas, nos aconseja que en cuanto cometemos una tengamos el valor de reconocerlo y rectificar.

Estamos a punto de empezar el tiempo cuaresmal, aquel en el que san Benito nos pide que pongamos algo más de nuestra parte, sabiendo que nuestra vida debería ser toda ella una Cuaresma, pero que no es así, y por lo tanto intentemos desprendernos de todo aquello que nos pueda ocasionar molestia o tentación.

Un buen propósito cuaresmal, para la Cuaresma, porque esta no es sino un camino hacia la Pascua, como toda nuestra vida es un camino hacia la vida eterna, sería poner atención a estas faltas leves, pero, que repetidas nos llevan a una mayor gravedad, y, en definitiva, a un desarraigo de nuestra vocación, de donde a duras penas se salen bien.

Escribe san Juan Crisóstomo: “El pecado es un abismo profundo y nos atrae hacia el fondo. E igual que los que caen en un pozo no salen fácilmente, sino que es preciso que otros nos saquen, a los que caen en la profundidad del pecado les pasa lo mismo. (Carta los cristianos de Corinto, 8,4)

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