domingo, 5 de febrero de 2023

CAPÍTULO 32, LAS HERRAMIENTAS Y OBJETOS DEL MONASTERIO

 

CAPÍTULO 32

LAS HERRAMIENTAS Y OBJETOS DEL MONASTERIO

 

El abad elegirá a hermanos de cuya vida y costumbres esté seguro para encargarles de los bienes del monasterio en herramientas, vestidos y todos los demás enseres, 2y se los asignará como él lo juzgue oportuno para guardarlos y recogerlos. 3Tenga el abad un inventario de todos estos objetos. Porque así, cuando los hermanos se sucedan unos a otros en sus cargos, sabrá qué es lo que entrega y lo que recibe. 4Y, si alguien trata las cosas del monasterio suciamente o con descuido, sea reprendido. 5Pero, si no se corrige, se le someterá a sanción de regla.

 

Después de hablar del mayordomo del monasterio, san Benito, en los capítulos siguientes habla de las herramientas, de la posesión y necesidad de las cosas. Muestra de su sensibilidad y rigor para el trato de las cosas materiales, un criterio muy importante en nuestra sociedad de hoy, sociedad del consumo, movida por el afán de poseer, acumular…

 

¿Qué es la propiedad? “La propiedad es un robo”, escribió Proudhon en 1840. Frase provocadora que se convierte en uno de los grandes postulados del siglo XIX, pues la propiedad fue un tema esencial en la formulación del socialismo emergente, retomado después por los marxistas, posibilistas y anarquistas. A lo largo del siglo XX este tema no desaparece en ninguno de los regímenes presentes en la historia.

 

Escribía san Juan Pablo II: “El hombre cuando le falta algo que puede decir “suya” y no té posibilidad de ganar para vivir su propia iniciativa, pasa a depender de la máquina social y de quienes la controlan, lo cual crea dificultades mayores para reconocer su dignidad de persona y entorpece su camino para la constitución de una auténtica comunidad humana” (Centesimus Annus,13)

 

Esta visión, menos aniquiladora, pero crítica con la propiedad a la vez que comunitaria la encontramos bien formulada en san Benito. De hecho, no hace sino recoger el tema de la comunidad apostólica donde “la multitud de los creyentes tenía en solo corazón y una sola alma, y ninguno de ellos consideraba como propios los bienes que poseía, sino que todo estaba al servicio de todos” (Hech 4,32)

El conjunto de la sociedad, y en cierta manera la Iglesia, no han seguido esta línea, y la desigualdad social se ha hecho más amplia hasta la provocación de conflictos sociales.

 

San León XIII consciente de ello escribía: “La violencia de las revoluciones civiles ha dividido a las naciones en dos clases, abriendo un abismo entre ellas. Por un lado, la clase poderosa, rica, que monopoliza la producción y el comercio para beneficio propio, y goza de no poca influencia en la administración del estado. Por otro, la multitud desamparada y débil, con el alma herida y dispuesta a la lucha. (Rerum Novarum, 33)

 

San Benito te una respuesta al problema: dar a cada uno lo que necesita, y ser conscientes de la diferencia entre necesidad capricho, dos conceptos que no suelen ir juntos. En la vida monástica domina el “por si acaso”, o se crea una imperiosa necesidad de posesión.

 

Cuando invertimos en una herramienta debemos calcular si su coste será amortizado, o quedará olvidada, o también cabe preguntarnos si el trabajo se puede hacer fuera del monasterio a mejor precio, lo cual parece preferible, sin olvidar el que dice san Benito: “el monasterio, si es posible, se ha de establecer de manera que todas las cosas necesarias, sean en el interior del monasterio, para que los monjes no tengan necesidad de correr por fuera, pues no conviene a sus almas” (RB 70,6-7)

 

Para luchar contra la tentación de tener, contra la avaricia se requiere una templanza en el uso de los bienes materiales: evitar el lujo, controlar la cantidad y cualidad de los bienes que adquirimos. Asimismo, evitar el venir a ser dependientes de ellos. Practicar la generosidad nos puede ayudar a evitar la avaricia. La generosidad es la virtud que nos dispone para dar, no solo los bienes materiales, sino también nuestro tiempo, y la propia vida para cumplir la voluntad de Dios, sin espera nada cambio. En resumen, no considerar las cosas como propias en cuanto al uso, pero como si lo fuesen en cuanto a la conservación.

 

En el capítulo 33 y en el 54 de la Regla, san Benito nos habla también de este tema. La propiedad como un vicio debe extirparse. Y nos habla diferenciando lo necesario de la superfluo. No se trata de no poder utilizar las herramientas en las tareas que tenemos encomendadas, sino, en primer lugar de no hacer un uso privado de ellas, y en segundo lugar, de no tener el simple placer de poseer, sin un motivo práctico que lo justifique.

En el fondo reside la razón que da san Benito al decirnos que no le es lícito hacer al monje lo que quiere, y que no tiene potestad ni sobre su propio cuerpo. Pues, si somos de Dios, incluso el propio cuerpo, ¿cómo no lo será las cosas materiales, las herramientas del monasterio?  Hemos de tratar todo con delicadeza, y la primera herramienta a cuidar somos nosotros mismos, nuestra dimensión corporal, y sobre todo espiritual, que hemos puesto como una ofrenda en manos de Dios al dejar nuestra cédula de profesión encima del altar, con el pan y el vino de la Eucaristía.

 

Escribe el abad Cassià Mª Just que superadas las falsas imágenes de Dios, que nos lo pueden presentar como un Dios lejano, garantizador de la ley, o un Dios policía que está al acecho para castigar, podemos descubrir el amor de Dios que es mucho más exigente que el miedo, y cuando nos sentimos amados por Dios, y procuramos no ofenderle, hemos hecho todo lo que teníamos que hacer, lo hemos dado todo.

Todavía añadirá que este amor se ha de cultivar con la plegaria personal y comunitaria. Escribe: “Lo que conviene también en nuestra vida de plegaria es no dejarla nunca, aunque pueda parecer una pérdida de tiempo. Ahora bien, la plegaria es un ejercicio de fe que se debe alimentar con la lectura de la Escritura para escuchar lo que Dios nos quiere dar… Debemos procurar más la cualidad que la cantidad. Es una plegaria de tu a tu; encontrar el tu de Dios y no hablar nunca de Dios como un ausente”. (Vivir con fe, esperanza y caridad)

 

Tengamos cuidado de las herramientas, de los objetos y de nosotros mismos, para ser buenos instrumentos, siempre a punto para trabajar para Dios y con Dios, cuidemos nuestra vida con la plegaria y la Palabra de Dios, movidos por el amor, convirtámoslo en costumbre y no caigamos en la negligencia. Como escribe san Juan Crisóstomo: “que eso se convierta en costumbre inmutable, y así, en adelante, no  será necesario amonestar ni persuadir, Puesto que una costumbre arraigada vale mucho más que cualquier exhortación y persuasión” (Homilía sobre la limosna)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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