CAPÍTULO 23
LA EXCOMUNIÓN POR LAS FALTAS
1
Si algún hermano recalcitrante, o desobediente, o
soberbio, o murmurador, o infractor en algo de la santa regla y de los
preceptos de los ancianos demostrara con ello una actitud despectiva, 2siguiendo
el mandato del Señor, sea amonestado por sus ancianos por primera y segunda
vez. 3Y, si no se corrigiere, se le reprenderá públicamente. 4 Pero,
si ni aun así se enmendare, incurrirá en excomunión, en el caso de que sea
capaz de comprender el alcance de esta pena. 5Pero, si es un
obstinado, se le aplicarán castigos corporales.
San
Benito nos alerta hoy contra cuatro faltas y señala las causas. La contumacia,
la desobediencia, el orgullo y la murmuración. Son faltas que pueden llevar a
la excomunión. El origen de las mismas está en no seguir la Regla o en el
menosprecio de los mandatos de los ancianos, considerando los ancianos como la
experiencia y la madurez espiritual.
Pensemos
que este capítulo está situado al principio del llamado código penal de la
Regla, es su introducción y de aquí se derivan los principios fundamentales del
resto. Toda falta, todo pecado viene de no cumplir la Regla; de no cumplir lo
que nos mandan, del orgullo, y lo podemos eternizar en nuestras vidas por
nuestra contumacia.
Contumax
Para
luchar contra la contumacia tenemos el propósito de enmienda. Ser recalcitrante
o contumaz es una actitud que puede merecer la expulsión del monasterio. “Si es contumaz que sea expulsado del
monasterio” (RB 71,9), nos dice san Benito respecto a la falta de
obediencia de unos hacia los otros.
“No
hago el bien que querría, sino el mal que no quiero” (Rom 7,19) nos dice el
Apóstol en su carta a los Romanos. Podemos faltar, es inevitable y humano el
caer; pero solamente el arrepentimiento
sincero abre la puerta al perdón de Dios y a la gracia de la verdadera
enmienda. En primer lugar, reconocer nuestras acciones sin ocultar nada, porque
para Dios nada queda escondido. Y admitiendo abiertamente nuestra culpa
someternos a las exigencias de la justicia de Dios, no desesperar nunca de su
misericordia; es decir, reconociendo nuestras faltas y recurriendo al
sacramento de la Penitencia, que nos ayuda y reconcilia con Dios.
Para
luchar contra la contumacia tenemos el propósito de la enmienda, que es la
firme resolución de no volver a pecar, y evitar, en tanto que podamos, lo que
pueda ser ocasión de cometer nuevas faltas. Nos decía el profesor del
escolasticado que el diablo tiene una virtud y ésta es la perseverancia; seamos
también nosotros perseverantes en el combate, evitando de caer en las mismas
faltas de siempre.
Escribe
san Agustín en su Tratado sobre el Evangelio de san Juan: ¿Cómo nos podemos reconciliar, si no eliminamos lo que se interpone
entre él y nosotros?... Por tanto, no es posible la reconciliación si no se
saca fuera lo que no debe ser, y si pone lo que se necesita” (Tratado 41,4-5)
No podemos ni debemos renunciar al propósito de enmienda, por mucho que
caigamos una y otra vez en las mismas faltas. Renunciar a ello sería renunciar
a nuestra libertad, y Dios nos ha creado libres, tanto para hacer el bien como el mal, y está en nuestras manos
hacer el bien como caer en el mal.
Inoboediens
Para
luchar contra ésta tenemos la obediencia. La idea de obediencia preside toda la
Regla, y san Benito la presenta como un signo del amor a Cristo, a quien vemos
o hemos de reconocer en el otro. Humildad y obediencia tienen una estrecha
relación. Así, la primera es la actitud interna, el efecto producido en el alma
por el temor de Dios. Mientras que la segunda es la misma actitud expresada
externamente. De aquí que en el fondo se encuentren y confundan.
Son
tres los capítulos que en la Regla se ocupan exclusivamente y de forma
explícita de la obediencia. Porque la regla no aconseja sólo, sino que la ve
como el seguimiento del ejemplo de Cristo.
El
texto de la carta los Hebreos nos ayuda a entender esta idea, identificando
obediencia con Cristo y servirnos él de modelo para que, renunciando a nuestra
propia voluntad, a nuestro propio interés, hacernos servidores de los hermanos
como Cristo lo fue, siguiendo la voluntad del Padre. La desobediencia, por
tanto, es signo de querer imponer nuestra voluntad por encima de la del Señor y
alejarnos del seguimiento de Cristo.
Superbus
Para
luchar contra la soberbia tenemos la humildad. La humildad como valor humano la
puede vivir toda persona; pero para el monje nace de la confianza en el Señor y
del reconocimiento de nuestras deficiencias delante de Dios y de los demás, que
son imagen de Dios. El humilde confía y se pone al servicio de los otros por
amor a Cristo. No es una tarea fácil, pues es preciso trabajarla para ir
rechazando la altivez, el menosprecio, expresado sutilmente más o menos; es siempre
contra los agravios que creemos nos han hecho y obstinándonos por defender un
protagonismo que satisfaga a nuestro ego.
Cuando
vivimos nuestras limitaciones como una humillación, no pasan de ser una
experiencia desagradable de la cual queremos salir lo más pronto posible. Solo
cuando la paz interior nos lleva a abrazar nuestra situación confiados en el
Señor, la vivimos evangélicamente.
Porque
una cosa es teorizar sobre la humildad y otra el vivirla. Un rebajarse
soportado no viene a ser más que humillación; un rebajarse por amor es
humildad. Cristo no se aferró a su condición divina, sino que se hizo nada,
rebajándose por amor a los hombres y para obedecer al Padre.
Murmurans
Para
luchar contra la murmuración ¿Qué tenemos?
Murmurar
no quiere decir hablar en voz baja para nosotros mismos, aunque puede ser una
terapia para evitar caer en la murmuración. La murmuración, que censura san
Benito, que tanto crítica el Papa Francisco, es la que practicamos juzgando al
prójimo, hablando mal de él, difundiendo incluso calumnias, sin tener la
valentía necesaria para mirar nuestros propios defectos antes que los de los
demás. A la murmuración se suman la desobediencia, la contumacia, el orgullo.
Para no caer en este tipo de murmuración el Papa Francisco recomienda morderse
la lengua antes de hablar mal del otro.
Desobediencia,
orgullo, murmuración y menosprecio son faltas contrarias a la Regla y al
Evangelio. De aquí la insistencia de san Benito para hacernos conscientes de la
necesidad de corregirnos en tanto que podamos, con la ayuda y la misericordia
de Dios. Como nos dice san Gregorio de Nisa en la lectura de Colación: «la
perfección cristiana solo tiene un límite: no tener límite.»
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