CAPÍTULO
45
LOS
QUE SE EQUIVOCAN EN EL ORATORIO
Si alguien se
equivoca al recitar un salmo, un responsorio, una antífona o una lectura, si
allí mismo y en presencia de todos no se humilla con una satisfacción, será
sometido a un mayor castigo 2 por no haber querido reparar con la humildad la
falta que había cometido por negligencia. 3 Los niños, por este género de
faltas, serán azotados.
En este capítulo
san Benito nos habla de las faltas, no de los pecados o faltas graves de las
que nos habla en otros capítulos, sino de faltas leves, distracciones o negligencias.
No quiere decir que las considere tolerables, o no necesarias de corrección con
humildad y humillación. Nos muestra el capítulo que antes del siglo VI no debía
ser fácil inculcar a los monjes el gusto por un Oficio bello, realizado con
rigor y poniendo todos los sentidos en ello.
Todos nos
equivocamos, y a menudo tendemos a considerar las faltas de los otros como
graves, y las nuestras como leves. Es muy humano. En el oratorio, con carácter
periódico los salmistas, los hebdomadarios, los diáconos o quien sea que tiene
una responsabilidad es normal que en un momento u otro tenga un desliz, una
falta de atención o cualquiera otra falta. San Benito no es intolerante, sino
que nos pide que incluso en las pequeñas faltas pongamos atención y la voluntad
de rectificar.
San Benito habla
de “negligentia”, en el original latino, y que en sentido literal vine a
significar “ne legere”, no leer o no leer correctamente. La lectura en
el oratorio, refectorio o la colación, debe edificar a los demás, A veces, un
pequeño error puede cambiar el sentido de una frase o de todo el texto. No es
lo mismo “tomar las armas de la obediencia” que “perder las armas de la
obediencia”, por ejemplo. San Benito llama a la responsabilidad a los
lectores, a que sean conscientes de la tarea que tienen encomendada.
Ciertamente, algunos errores son más peligrosos que otros, saltarse una
negación, por ejemplo, cambia el sentido del texto, y todavía existe el riesgo
de atribuir al autor una verdadera herejía, como también el peligro de cambiar
la persona con los pronombres, que lleva a cambiar todo el sentido de la
expresión, incluso el misterio de la Santísima Trinidad o el de la Encarnación.
La manera de
satisfacer ha ido cambiando con los tiempos. Antes se hacía con una inclinación
hasta tocar tierra, después con un golpe de pecho. Sea con la fórmula que sea,
no es necesario que sea excesiva, ciertamente, pero tampoco que nos habituemos
a pasar por alto nuestros errores. San Benito pide, ante el error, una
humillación inmediata delante de todos. Hoy puede ser suficiente un simple
“perdón”, para rectificar y dar a entender que fue un error involuntario.
San Benito nos
invita, nos exhorta a no bajar la atención, a vigilar, porque, como decía
Gandhi, “vigila tus pensamientos, se convierten en palabras; vigila tus
palabras, se convierten en acciones; vigila tus acciones, se convierten en
hábitos; vigila tus hábitos, se convierten en carácter; vigila tu carácter, se
convierte en tu destino”.
San Benito
quizás nos quiere decir en este capítulo que si no nos corregimos en los
pequeños errores, sin malicia, si no aprendemos de ellos, pueden llegar a ser
faltas grandes. Un día nos parece que no podemos levantarnos para ir a Maitines
y cedemos, y si vamos cediendo a la tentación se llega a extender a Laudes y
Completas, y nuestra vocación de monjes, de buscadores de Dios, se irá
paralizando espiritualmente en nosotros. En segundo lugar, nos viene a decir
san Benito que todos cometemos errores, y que si somos intolerantes con los
errores de los demás e ignoramos los nuestros acabaremos por hacer de ello
costumbre, y vendrá, de este modo, a hacer de nosotros un carácter intolerable.
Dicho con
palabras del Papa Francisco: “no juzguemos a los demás con más rigor que a
nosotros mismos, no condenemos con ligereza, imitemos la misericordia del
Padre…. Para no equivocarnos, en la vida necesitamos seguir un modelo: Cristo,
y por medio de él ir hacia Dios, caminando siempre bajo la mirada del Padre”
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