domingo, 17 de enero de 2021

CAPÍTULO 7,51-54 LA HUMILDAD

 

CAPÍTULO 7,51-54

LA HUMILDAD

El séptimo grado de humildad es que, no contento con reconocerse de palabra como el último y más despreciable de todos, lo crea también así en el fondo de su corazón, 52 humillándose y diciendo como el profeta: «Yo soy un gusano, no un hombre; la vergüenza de la gente, el desprecio del pueblo». 53 «Me he ensalzado, y por eso me veo humillado y abatido». 54Y también: «Bien me está que me hayas humillado, para que aprenda tus justísimos preceptos.

No solo con la lengua, sino desde el fondo del corazón. La vida monástica, la del creyente, seguidor de Cristo es preciso vivirla desde el fondo del corazón. No debe ser una vida de fachada, como los sepulcros blanqueados que reprobaba el Señor (Lc 11,44), sino que se ha de manifestar en todo nuestro cuerpo. ¡No todo el que dice: Señor, Señor, entrará en el Reino del cielo, sino quien cumple la voluntad de mi Padre! (Mt 7,21) Así, la humildad no puede ser cosa de la lengua, sino que debe nacer y ser vivida desde el fondo del corazón.

El sexto y el séptimo grado forman una unidad, como el segundo y el tercero o el noveno y el undécimo. El séptimo nos habla de la raíz de la humildad, al hablarnos de hacer la experiencia de Dios en profundidad, La humildad como experiencia mística, según comentadores de la Regla. Para algunos de estos autores la raíz está precisamente en el Padrenuestro, reconocernos deudores, pecadores, capaces de perdonar a los otros. El perdón que viene desde la vanagloria personal o desde el orgullo sería como la plegaria del fariseo en el templo, compasivo con el publicano, pero solamente de lengua, pero no desde del fondo del corazón. Dios no quiere oblaciones ni sacrificios, no apariencias sobre la humildad, sino una verdadera conversión del corazón.  

En estos últimos tiempos vivimos momentos difíciles, convulsos, y esto da lugar a populismos, pero no pensemos que este fenómeno se limita al ámbito de la política, sino que afecta también al ámbito social y que llega incluso a la Iglesia, a las comunidades.

Quizás de tanto repetirnos “te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni soy tampoco como ese publicano”. (Lc18,11) llegamos a creernos que tenemos todos los derechos del mundo y los otros hermanos, ninguno. Llegamos a creer que tenemos el derecho de menospreciar, de mirar por encima del hombro, o criticar con impiedad… sin detenernos a pensar que en virtud de todo ello nos alejamos de Dios, ya que al practicar estas cosas solo demostramos la dureza de corazón ante los demás sino también delante d Dios.

Como escribe el Papa Francisco en su última encíclica: “Destrozar la autoestima de alguien es una manera fácil de dominarlo” (FT 52). Y con frecuencia buscamos dominar a los demás, consciente o inconscientemente.

En el antiguo monaquismo no era extraño considerarse el peor de los pecadores y considerarlo así desde el fondo del corazón. Son muchos los textos, por ejemplo, en la Vita Patrum:

“Piensa que eres inferior a todas las criaturas, por debajo de todo hombre pecador. Aquel que piensa ser algo entonces no es nada, se engaña a sí mismo. No juzgues a tu prójimo, no menosprecies a ninguno, llorad vuestros pecados.” (Vita Patrum VII, 43,2)  

Humillarse no quiere decir cubrirse de polvo y ceniza, como hacían en la antigüedad, sino asumir interiormente, en el fondo del corazón, como nos dice san Benito, la condición del hombre frágil y pecador.

Esta idea no es otra que la que recoge san Pablo en sus Cartas, y él ve siempre detrás de esta aceptación de nuestra fragilidad, un asumir, que todos tenemos. nuestras debilidades físicas y morales, y una acción de gracias a Dios. En palabras del Papa Benedicto:

“Un punto clave en el cual Dios y el hombre se diferencia es en el orgullo. En Dios no hay orgullo porque es toda la plenitud, y tiende a amar y dar la vida; en nosotros el orgullo está arraigado en lo íntimo, y requiere una constante vigilancia y purificación. Nosotros, que somos pequeños, aspiramos a aparecer como grandes, a ser los primeros;  mientras que Dios, que es realmente grande, no teme el rebajarse, hacerse el último” (Ángelus 23 de Septiembre 2012)

A lo largo de nuestra vida Dios nos va dando la oportunidad de ejercer la humildad, a veces por el mismo curso de la vida, que a medida que va avanzando muestra nuestra debilidad, la pérdida de facultades, como la memoria, la movilidad, la voz, la capacidad de concentración… A veces puede ser una enfermedad, que de repente se presenta, y nos despierta la conciencia de que no somos nosotros quienes dominamos la vida, nuestra salud… sino que todo está en las manos de Dios.

En estos últimos tiempos esta sensación de fragilidad la experimentamos socialmente, en todos los países, viviendo en la incerteza, en el miedo, en la fragilidad. No somos capaces de controlarlo todo, como creíamos. No es Dios quien nos envía las epidemias u otras situaciones dramáticas, pero sí que nos convida a vivir estas situaciones como un momento de gracia, de confianza en Él, un momento fuerte para vivir la fe.

El modelo siempre es Cristo, como nos enseña san Ambrosio:

“No te conviene solo encomendar a Dios tu camino, sino también fiarte de Él. La verdadera sumisión no es vil ni abyecta, sino sublime y gloriosa, porque vive sometido a Dios quien cumple la voluntad del Señor” (Comentario Sal 36,16)

“El Señor se humilla hasta someterse a la muerte, para ser exaltado en el mismo umbral de la muerte. Contempla la gracia de Cristo, reflexiona sobre sus dones” (cf. Sal 43,75-77


                                                                                                                                                                                                                                                          

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