domingo, 31 de enero de 2021

CAPÍTULO 27 LA SOLICITUD QUE EL ABAD DEBE TENER CON LOS EXCOMULGADOS

 

CAPÍTULO 27

LA SOLICITUD QUE EL ABAD DEBE TENER CON LOS EXCOMULGADOS

El abad se preocupará con toda solicitud de los hermanos culpables, porque «no necesitan médico los sanos, sino los enfermos». 2 Por tanto, como un médico perspicaz, recurrirá a todos los medios; como quien aplica cataplasmas, esto es, enviándole monjes ancianos y prudentes, 3 quienes como a escondidas consuelen al hermano vacilante y le muevan a una humilde satisfacción, animándole «para que la excesiva tristeza no le haga naufragar», 4 sino que, como dice también el Apóstol, «la caridad se intensifique» y oren todos por él. 5 Efectivamente, el abad debe desplegar una solicitud extrema y afanarse con toda sagacidad y destreza por no perder ninguna de las ovejas a él confiadas. 6No se olvide de que aceptó la misión de cuidar espíritus enfermizos, no la de dominar tiránicamente a las almas sanas. 7Y tema aquella amenaza del profeta en la que dice Dios: «Tomabais para vosotros lo que os parecía pingüe y lo flaco lo desechabais». 8 Imite también el ejemplo de ternura que da el buen pastor, quien, dejando en los montes las noventa y nueve ovejas, se va en busca de una sola que se había extraviado; 9 cuyo abatimiento le dio tanta lástima, que llegó a colocarla sobre sus sagrados hombros y llevarla así consigo otra vez al rebaño.

Debilidad, enfermedad corporal y espiritual forman parte de nuestra vida. Consciente de esto, san Benito agrupa en estos capítulos un conjunto de normas relativas a la corrección de los monjes por las faltas cometidas. Que también se dan en el monasterio. No es esta presencia de la debilidad humana la que causa el mayor perjuicio al monasterio, sino la negligencia en la corrección. San Benito habla en primer lugar de los monjes ancianos a lo que se pide una mayor responsabilidad de sus actos y una mayor fidelidad a la Regla. Y a ellos dedica la mayoría de las prescripciones contenidas en estos capítulos.

En el fondo de esta legislación hay latente una gran vitalidad espiritual, pues para san Benito toda sanción persigue en última instancia la salvación del alma, a la vez que la extirpación radical del vicio concreto; por esto, habla de amputación como medida extrema. Los procedimientos se adaptan a la finalidad que se proponen, presentándose de manera mesurada, sobria y prudente, que viene a ser una excepción en la legislación de aquel tiempo, mucho más radical y sin ninguna garantía jurídica. Toda la vida social y toda legislación está condenada al fracaso si no hay sanciones que estimulen a la observancia. Aquí san Benito nos las ofrece de una manera precisa en el conjunto de la Regla. Inmediatamente después tratará de los decanos, responsables de aplicar las prescripciones del código penal.

San Benito nos habla de los monjes excomulgados, y de la solicitud que deben recibir por parte del abad y de la comunidad. San Benito nos invita a hacer una opción por los débiles, y que está debilidad se puede atemperar con la correspondiente observancia en el cumplimiento estricto de la exigencia de la Regla.

Para Aquinata Backmann este capítulo en concreto viene como un islote espiritual dentro del conjunto del código penal, fruto de una redacción posterior, como haciéndose consciente de que hacía falta en medio del dolor por el pecado la vía de la misericordia, para destacarla no solo por parte de abad sino de toda la comunidad; no lo muestra cuando habla de los ancianos que deben de ayudar, o de la comunidad que debe orar por el hermano excluido.

Destaca, sobre todo, una palabra: solicitud. La cual debe tenerse con los hermanos culpables. Hacerlo con unos medios concretos que tienen a su alcance el abad y la comunidad en general, para ayudar al hermano apartado de la vida común. San Benito hace alusión a algunos de estos medios: ancianos que consuelen y animen al retorno, intensificar la caridad, orar…

Todos, a imagen de Dios, estamos creados libres para el bien o el mal. El pecado no destruye nuestra libertad, ni nuestra capacidad de amar, sino que las paraliza, las debilita, y entonces nos lleva a querer imponernos para salvaguardar nuestro interés, y no hacer la voluntad de Dios.

Un hermano que se excomulga a sí mismo, es un hermano que piensa que ya no necesita el marco comunitario, y que es preciso recuperar la verdadera libertad, lo cual le lleva a actuar de manera impertinente, considerando que se le impide la verdadera realización personal. Entonces caemos en la tiranía de nuestro capricho, y de este modo creyéndose libres se hacen esclavos de sí mismos y del pecado.

Solamente conscientes de nuestras propias debilidades podemos mirar a un hermano que se desvía sin juzgarlo ni menospreciarlo, pues creyéndonos perfectos es el camino mejor para no alcanzar esa perfección. La herida del otro nos recuerda siempre la propia, que puede ser incluso más profunda. Se trata de salir de nuestra falsa seguridad. La reconciliación entre hermanos no es posible sin la mirada de ternura que Cristo nos enseñó con la parábola del hijo pródigo. No dejándonos tocar por la llamada a la compasión y a la misericordia herimos al hermano, a la comunidad, a nosotros mismos y Cristo.

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