CAPÍTULO
24
CUÁL
DEBE SER LA NORMA DE LA EXCOMUNIÓN
Según sea la gravedad de
la falta, se ha de medir en proporción hasta dónde debe extenderse la
excomunión o el castigo. 2 Pero quien tiene que apreciar la gravedad de las
culpas será el abad, conforme a su criterio. 3Cuando un hermano es culpable de
faltas leves, se le excluirá de su participación en la mesa común. 4Y el que
así se vea privado de la comunidad durante la comida, seguirá las siguientes
normas: en el oratorio no cantará ningún salmo ni antífona, ni recitará lectura
alguna hasta que haya cumplido la penitencia. 5Comerá totalmente solo, después
de que hayan comido los hermanos. 6De manera que, si, por ejemplo, los hermanos
comen a la hora sexta, él comerá a la hora nona, y si los hermanos comen a la
hora nona, él lo hará después de vísperas 7 hasta que consiga el perdón
mediante una satisfacción adecuada.
El código de disciplina
regular o código penal, descrito en la Regla comprende 8 capítulos, que son un
núcleo muy compacto de normas, para hacer frente a las faltas cometidas.
No debe extrañarnos que
san Benito hable y legisle sobre las faltas, ya que es algo que se da en los
monasterios, ni tampoco las penas que se indican, ya que tiene un conocimiento
de la debilidad humana, y un monje es hombre y también pecador. La existencia
de estas debilidades no es el verdadero problema, sino más bien el rechazo a
reconocerlas y a corregirse. Es algo a lo que refiere san Agustín, comentando
la primera Epístola de san Juan: Si decimos que no tenemos pecado, nos
engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Por tanto, si te
confiesas pecador, la verdad está en ti. (Tratado sobre. (1Jn).
San Benito se dirige en
primer lugar a monjes adultos, de los que puede exigirse una responsabilidad de
sus actos. Y a ellos dedica la totalidad de las prescripciones. Al final, en el
capítulo 30 da también unas normas que deben seguir los infantes, que en ese
tiempo solían tener los monasterios.
Podemos encontrar en el
fondo de toda esta legislación, si apartamos la vista del rigorismo legalista,
un gran fondo espiritual. Para san Benito toda sanción persigue en última
instancia la salvación del alma, a la vez que extirpar el vicio concreto.
Los procedimientos se
adaptan a la finalidad propuesta, y se busca hacerlo de manera sobria, prudente
y discreta, que, considerando la legislación de la época, en general, era más
rigorosa y con menos garantía. También ahora, pero sobre todo en aquel tiempo,
regía la idea de que toda legislación entre los hombres estaba condenada al
fracaso si no hay sanciones que estimulen a la observancia; lo cual era un
principio del derecho romano en el que san Benito fue educado, y de aquí que
establezca las sanciones de manera precisa.
San Benito no nos habla
sino de lo que se puede decir a todo creyente: reconocer la culpa cometida,
penitencia y conversión; es decir, los fundamentos del sacramento de la
reconciliación. Nos quiere hacer evidente cuando faltamos en algo, sobre la
gravedad de la culpa, pues este reconocimiento es la mejor manera de iniciar el
camino para corregirse y volver a la comunión con los hermanos. Recordemos la importancia que da la Escritura
a la corrección, cuando leemos en el Apocalipsis: “Yo reprendo y corrijo a
todos aquellos a quien amo. Ten celo y conviértete (Apo 3,19)
La enseñanza central
que encontramos tanto en el código penal, como en toda la Regla es siempre la
misma: que Cristo es la fuente de nuestra vida de monjes. La regla es
cristocéntrica, y así lo transmite san Benito. Si prestamos atención a estos
capítulos podemos descubrir que lo que dice san Benito lo repite a lo largo de
toda la Regla: Cristo nuestro modelo y horizonte.
Otra característica es
la importancia de la comunión. De aquí la gravedad de la pena de excomunión,
tal como era entendida en aquel tiempo en que se aplicaba al conjunto de los
fieles en caso de pecados graves, y que tenían en la Cuaresma un camino de
conversión y arrepentimiento hasta llegar a la Pascua, que era el tiempo de
reincorporación a la comunidad.
Una tercera
característica es el equilibrio entre la persona, la libertad personal y la
comunidad. Esta tensión entre el monje individual y la comunidad como
colectivo, nos la muestra san Benito dando preferencia al bien común sobre el
individual. Para san Benito este equilibrio era muy importante, lo cual lo
manifiestan todos estos capítulos.
La Regla exhorta a los
monjes a adaptarse a las necesidades, edades y temperamentos de cada uno;
describe directamente a todos los miembros de la comunidad: infantes y adultos,
ancianos, pobres y ricos, clérigos y laicos, sanos y enfermos, fuertes y
débiles; todo un rosario de tipologías, dándonos a entender que todos juntos, a
la vez que cada uno, somos responsables de nuestras debilidades y de las de los
otros. Por esta razón, para san Benito el castigo debe adaptarse a la persona,
pues se trata de cuidar, sanar, al hermano que se equivoca.
Todo ellos sin
descuidar las faltas leves, sobre lo cual también escribe san Agustín:
“no
debe darse poca importancia a los pecados leves de que hablamos. Si no los
consideramos, tiembla cuando los cuentes. Muchas pequeñas cosas hacen una
grande; muchas gotas hacen desbordar un río, muchos granos llenan el granero”
(Trat, 1Jn)
Como medida extrema san
Benito prevé que después de diversos intentos de corrección de un hermano éste
sea expulsado si no hay otro camino, y la razón fundamental es salvar a la
comunidad, ante la posibilidad de que otros sigan el mismo camino ante el mal
ejemplo. Siempre está el camino del arrepentimiento. Al monje arrepentido san
Benito está dispuesto a acogerlo de nuevo en la comunidad varias veces, y aquí
de nuevo se pone de relieve la valoración de la persona así como la dimensión
comunitaria. Como enseña san Agustín: “Nuestra comunión es con el Padre y
su Hijo Jesucristo (Trat 1Jn)
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