domingo, 16 de mayo de 2021

CAPÍTULO 38 EL LECTOR DE SEMANA

 

CAPÍTULO 38

EL LECTOR DE SEMANA

En la mesa de los hermanos nunca debe faltar la lectura; pero no debe leer el que espontáneamente coja el libro, sino que ha de hacerlo uno determinado durante toda la semana, comenzando el domingo. 2 Este comenzará su servicio pidiendo a todos que oren por él después de la misa y de la comunión para que Dios aparte de él la altivez de espíritu. 3 Digan todos en el oratorio por tres veces este verso, pero comenzando por el mismo lector: «Señor, ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza». 4 Y así, recibida la bendición, comenzará su servicio. 5 Reinará allí un silencio absoluto, de modo que no se perciba rumor alguno ni otra voz que no sea la del lector. 6 Para ello sírvanse los monjes mutuamente las cosas que necesiten para comer y beber, de suerte que nadie precise pedir cosa alguna. 7 Y si algo se necesita, ha de pedirse con el leve sonido de un signo cualquiera y no de palabra. 8 Ni tenga allí nadie el atrevimiento de preguntar nada sobre la lectura misma o cualquier otra cosa, para no dar ocasión de hablar; 9 únicamente si el superior quiere, quizá, decir brevemente algunas palabras de edificación para los hermanos. 10 El hermano lector de semana puede tomar un poco de vino con agua antes de empezar a leer por razón de la santa comunión y para que no le resulte demasiado penoso permanecer en ayunas. 11 Y coma después con los semaneros de cocina y los servidores. 12 Nunca lean ni canten todos los hermanos por orden estricto, sino quienes puedan edificar a los oyentes.

Ante de empezar los capítulos de la Regla sobre la medida del comer y beber, san Benito nos habla de la lectura en el refectorio y el lector de semana, así como de la actitud y comportamiento que deben tener los oyentes.

El lector no debe ser cualquiera, sino aquel a quien se asigna esta tarea. El lector debe pedir la bendición y orar para que la vanidad no le aleje de Dios.

El lector debe ser consciente de que su lectura debe edificar a los hermanos, no por sus cualidades personales, sino para que su tarea facilite la ayuda de Dios a los demás. Es el Señor quien abre los labios, para que proclamemos su alabanza, no por otra razón, ni menos para dar lugar a la vanidad. Es preciso ser consciente de edificar a los oyentes.

Textos doctrinales de los Padres de la Iglesia, o biografías de los santos, solemos escuchar en las lecturas. Se suelen presentar en ocasiones expresiones en otras lenguas. Si tenemos un cierto dominio de la lengua podemos edificar leyendo tal cual está, pero si no tenemos la seguridad de hacerlo bien parece lo más acertado obviar la versión en otras lenguas. Como también es importante poner atención en los pequeños detales de una coma, acento, terminación verbal… para no cambiar el sentido de lo que se lee.

En otras ocasiones, involuntariamente podemos elevar una plagaría al Señor que no acaba de concordar con el sentido que le quería dar su redactor original.

A modo de ejemplo podríamos recordar las plegarias de hace unas semanas en vísperas: el salmista pedía “soledad” para los obispos, lo cual es bueno que la tengan y que les permitiera siempre un contacto directo con el Señor, pero lo que seguramente quería pedir en dicha plegaria al Señor era “solicitud” para nuestros pastores. Una confusión curiosa, pues, por otro lado, cuando unos días después se leía la Regla en la Sala Capitular acerca de que el decano debía actuar con “soledad”, cuando la Regla dice “solicitud”.

Pequeñas notas o tropiezos que solemos tener en un momento u otro en estas circunstancias, lo cual es natural cuando, a lo largo de las semanas y los años, son muchas las páginas que leemos, y es natural que se produzcan estos errores.

Por esto san Benito nos pide en este capítulo unas ciertas actitudes cuando nosotros somos los oyentes, como evitar cierta murmuración vocal o gestual ante algún lector, o bien mostrar un espíritu de vanidad o inconsciente poco edificante.

San Benito dedica cinco versos de este capítulo a pedirnos un silencio absoluto que facilite la obra del lector, que el servidor esté atento para que nadie tenga necesidad de pedir nada, y menos de hacer gestos o palabras, como dirigiéndose a un camarero en un restaurante. Y por supuesto, menos todavía como levantar la voz para pedir algo o comentar nada sobre la lectura.

También sobre toda murmuración verbal o gestual que sigue a la expectación que se produce en el breve intervalo entre que “acaba la obra” y el anuncio de la que elige para continuar la lectura.

Quizás olvidaos que la mayoría de la lectura que escuchamos tanto en el capítulo como en el refectorio son, o bien, magisterio de la Iglesia, en sus diversos grados, o bien obras relacionadas con la vida religiosa o de la Iglesia.

San Benito nos quiere atentos y receptivos a la lectura, ser conscientes de su importancia, de manera que oyentes y lectores participan de una misma finalidad: edificarse escuchando una lectura, que es el objetivo de san Benito al establecer la lectura en el refectorio.

 

 


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