CAPÍTULO
45
LOS
QUE SE EQUIVOCAN EN EL ORATORIO
Si
alguien se equivoca al recitar un salmo, un responsorio, una antífona o una
lectura, si allí mismo y en presencia de todos no se humilla con una
satisfacción, será sometido a un mayor castigo 2 por no haber querido reparar
con la humildad la falta que había cometido por negligencia. 3 Los niños, por
este género de faltas, serán azotados.
Este
es uno de los capítulos de la Regla que, a veces, sentimos sin escuchar, pero a
pesar de su situación en medio del derecho penal, que establece san Benito,
tiene mucha relación con el capítulo XIX, que nos habla de la reverencia en la
plegaria.
Los
monjes cometen pecados, como otros, que en ocasiones pueden ser graves, pero
aunque no lleguemos a tanto, lo que es cierto es que nuestra vida diaria va
bien provista de errores más involuntarios que voluntarios. Es de estos, en
relación con la plegaria en el oratorio, que nos habla san Benito.
Conviene
estar consciente de esto. Recientemente, san Benito, hablando del lector de
semana, escribía que no debemos bajar la guardia ni relajarnos pensando que no
nos escuchan. Y lo mismo cabe decir de la plegaria, donde nos encontramos con
más responsabilidad.
Quizás
algunos fieles, que se acercan a compartir nuestra plegaria, pueden pensar que
no es necesaria tanta ceremonia, que se podría orar de manera más espontánea y
menos hierática y solemne. Se nos ha dicho de emplear demasiado el latín y el
gregoriano, y que lo hacemos para un mayor lucimiento. No sé si las razones que
le di le llegaron a convencer en el sentido de hablarle del sentido profundo de
nuestra liturgia.
Somos
herederos de toda una tradición monástica y esto no mengua la riqueza de
nuestra liturgia, sino que la enriquece. Si nuestra liturgia se redujera a algo
más banal, más vulgar, como sucede en otros espacios de la vida eclesial,
tendríamos el peligro de perder el Oficio Divino como algo central en nuestra
vida monástica.
No se
trata de rebuscar fórmulas más complicadas, sino, en lo fundamental, buscar ser
siempre lo más auténticos posible, o sea vivir nuestra liturgia con
autenticidad.
En la
época de san Benito era algo más difícil hacer conscientes a los monjes de la
importancia de una celebración del Oficio Divino con belleza y armonía, como lo
era concienciarlos de los peligros del comer y del beber.
En la
época de san Benito era un poco difícil hacer conscientes a los monjes de la
importancia del Oficio Divino, como lo eran los peligros del comer o beber en
exceso. Parece que los monjes del tiempo
de san Benito, debían distraerse más de la cuenta; de aquí que centre este
capítulo en dos grandes ideas.
El
primer lugar, las faltas cometidas por equivocación y en segundo lugar la
satisfacción que es preciso dar por éstas. Faltas que no son pecados, sino más
bien negligencias por nuestras distracciones.
Fijémonos
en la palabra “negligencia” que etimológicamente quiere decir “no leer” -no
legere- Y esto mismo nos pasa a menudo cuando hemos levantado la vista del
libro, para mirar quien hay en los bancos de los fieles, o hemos cerrado los
ojos confiados en saber bien el texto y la melodía de la salmodia, o también
dejar el libro cuando todavía no hemos acabado el salmo… Caemos en muchas de
estas pequeñas cosas.
Escribe
Aquinata Böckmann que este capítulo nos muestra la responsabilidad de todos los
actores en la liturgia; de aquí la necesidad de estar atentos y ser muy
respetuosos con lo que estamos haciendo. Es necesario prepararse todos:
cantores, lectores, hebdomadarios o servidores de Iglesia. Todos tenemos un
grado u otro de responsabilidad, para que el Oficio transcurra positivamente. Y
ante una equivocación dar una satisfacción, que más bien se centraría en el
propósito de enmienda, más que en un gesto grandilocuente, y sobre todo no
echar a otro las culpas de nuestra equivocación.
Además
de la chismorrería y precipitación, puede haber una tercera causa: aquella que
nace de nuestra excesiva confianza que nos lleva a perder la fuerza de atención
adecuada a lo que estamos viviendo.
Es
importante fijarse bien que san Benito en este breve capítulo utiliza el
sustantivo y el verbo de una misma idea. Habla de humillarse y de humildad.
Para no menospreciar es preciso hacer un ejercicio permanente de humildad.
Escribe
san Agustín: “Solamente con la humildad nos acercamos a la grandeza de Dios,
el humil se le acerca, el soberbio se aleja” (Sentencias 88)
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