domingo, 9 de mayo de 2021

CAPÍTULO 31 CÓMO HA DE SER EL MAYORDOMO DEL MONASTERIO

 

CAPÍTULO 31

CÓMO HA DE SER EL MAYORDOMO DEL MONASTERIO

Para mayordomo del monasterio será designado de entre la comunidad uno que sea sensato, maduro de costumbres, sobrio y no glotón, ni altivo, ni perturbador, ni injurioso, ni torpe, ni derrochador, 2 sino temeroso de Dios, que sea como un padre para toda la comunidad. 3 Estará al cuidado de todo. 4No hará nada sin orden del abad. 5Cumpla lo que le mandan. 6No contriste a los hermanos. 7 Si algún hermano le pide, quizá, algo poco razonable, no le aflija menospreciándole, sino que se lo negará con humildad, dándole las razones de su denegación. 8Vigile sobre su propia alma, recordando siempre estas palabras del Apóstol: «El que presta bien sus servicios, se gana una posición distinguida». 9Cuide con todo su desvelo de los enfermos y de los niños, de los huéspedes y de los pobres, como quien sabe con toda certeza que en el día del juicio ha de dar cuenta de todos ellos. 10Considere todos los objetos y bienes del monasterio como si fueran los vasos sagrados del altar. 11Nada estime en poco. 12No se dé a la avaricia ni sea pródigo o malgaste el patrimonio del monasterio. Proceda en todo con discreción y conforme a las disposiciones del abad. 13 Sea, ante todo, humilde, y, cuando no tenga lo que le piden, dé, al menos, una buena palabra por respuesta, 14 porque escrito está: «Una buena palabra vale más que el mejor regalo». 15 Tomará bajo su responsabilidad todo aquello que el abad le confíe, pero no se permita entrometerse en lo que le haya prohibido. 16 Puntualmente y sin altivez ha de proporcionar a los hermanos la ración establecida, para que no se escandalicen, acordándose de lo que dice la Palabra de Dios sobre el castigo de «los que escandalicen a uno de esos pequeños». 17 Si la comunidad es numerosa, se le asignarán otros monjes para que le ayuden, y así pueda desempeñar su oficio sin perder la paz del alma. 18Dése lo que se deba dar y pídase lo necesario en las horas determinadas para ello, 19 para que nadie se perturbe ni disguste en la casa de Dios.

Con este capítulo entramos en la parte de la Regla dedicada al funcionamiento y material del monasterio. La comunidad tiene necesidad de unos instrumentos de trabajo, con el objetivo de vivir, alimentarse, vestirse. Es una parte considerable de nuestra vida, por lo cual será necesario que estas tareas estén encomendadas a determinados monjes. El aspecto económico del monasterio se encomienda a la solicitud de un monje que recibe el nombre de cillerero, o también mayordomo, hoy llamado administrador, o también procurador o ecónomo.

Comenta Dom Pablo, abad de Solesmes, que ya, en principio san Benito nos dice que se escoja un hombre con unas características concretas, la primera de las cuales es que sea miembro de la comunidad. Pues Dom Pablo destaca que confiar esta gestión de los bienes a una persona del exterior sería peligroso, tanto para la comunidad como para la misma persona extraña.

La gestión económica en toda comunidad no es fácil; mucho más en la nuestra que tiene unas particularidades concretas y determinadas, pues vivimos en un monasterio que habiendo sido propiedad de los monjes durante siete siglos fue desamortizado, para ser devuelto en usufructo, según ley de 1952. Un monasterio Patrimonio Mundial, con una extensión considerable y unas servidumbres, como la abertura a las visitas y su misma conservación. Una gestión compleja, y más en estos tiempos de crisis, que tiene necesidad de tomar decisiones incomodas, e inclusos dolorosas, para ir adelante.

San Benito quiere que los monjes sean conscientes de la economía, y establece con el sistema de decanatos, responsabilidades compartidas en una actividad interrelacionada. Que no se trata de establecer categorías jerárquicas, sino que los responsables de los diferentes servicios, como el Prior, Maestro de novicios, mayordomo… vigilen por mantenerse en un equilibrio entre la responsabilidad de su tarea y la de vivir como monjes, que es la responsabilidad principal.

No venimos al monasterio a ser abades, priores, mayordomos, bibliotecarios…, sino a buscar a Cristo, lo cual dentro de la comunidad pasa por llevar a cabo un servicio concreto, siempre temporal. En estos servicios se suele aprovechar también las dotes y talentos de cada hermano, sus aptitudes en relación a unas determinadas tareas. La del mayordomo, por ejemplo, tiene necesidad de unos conocimientos técnicos, como también el cocinero, o los cantores…

San Benito es consciente que esto conlleve el riesgo de que el monje se crea el centro de la comunidad, imprescindible, tanto más, cuanto mayor sea la responsabilidad asignada; de ahí la advertencia de san Benito acerca de la necesidad de una madurez y una sobriedad, que eche fuera el peligro de la vanidad, la violencia o la injusticia u otros defectos posibles.

 Dom Pablo reflexiona sobre la causa por la que san Benito explicite las exigencias que debe satisfacer el mayordomo, y observa como una razón de peso que en la vida monástica es preciso vivirla con paz y tranquilidad, lo cual también conlleva que algunos, como el mayordomo, el abad, el prior, hospedero y enfermero, escapen a veces de la serenidad de la plegaria y el recogimiento, como un servicio para que el conjunto de la comunidad tenga preservada la paz y serenidad,

Entonces, consciente el mayordomo de su responsabilidad, puede mirar de vivir este capítulo de la Regla, no contristando a los hermanos, ni dejándose llevar por la avaricia, o la disipación, es decir perdiendo la humildad y el temor de Dios y volviéndose altivo, orgulloso, y descuidando la plegaria personal y comunitaria. E incluso no llegar a creer que lo que administra es algo propio.

Otro comentarista de este capítulo, muy diferente del anterior es Joan Chittister habla de que san Benito quiere que el mayordomo sepa distinguir entre necesidades y deseos, teniendo como misión procurar a la comunidad todo lo necesario sin caer en excesos, comodidad e indolencia, ocupándose no solo de las personas, sino también de las cosas. Pues el dilapidar no es una virtud benedictina; dejar en desuso no es un objetivo ni rechazar es una cualidad, pues un alma benedictina es un alma que se preocupa también de las cosas.

Un comentarista de san Jerónimo escribe que cuando falta lo necesario todos los monjes se transforman en cillereros, lo cual genera egoísmo y abandono de la disciplina, cayendo en una dependencia de familiares y amigos, pasando a ser esclavos del mundo, lo cual llama la atención a que el mayordomo guarde la justa medida entre lo necesario y lo que no lo es.

Finalmente, Aquinata Böckmann afirma la necesidad de ser conscientes de que en cualquier cosa y en todo lugar es preciso buscar la presencia de Cristo, que es la clave de la vida y la tarea del mayordomo, como la de cualquier otro monje; una clave que no debemos de perder nunca.

 

 

 

 

 

 

 

 

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