domingo, 8 de mayo de 2022

CAPÍTULO 30 CORRECCIÓN DE LOS NIÑOS PEQUEÑOS

 

CAPÍTULO 30

CORRECCIÓN DE LOS NIÑOS PEQUEÑOS

Cada edad y cada inteligencia debe ser tratada de una manera apropiada. 2 Por tanto, siempre que los niños y adolescentes, o aquellos que no llegan a comprender lo que es la excomunión, cometieren una falta, 3 serán escarmentados con rigurosos ayunos o castigados con ásperos azotes para que se corrijan.

Este es el último capítulo de la primera parte llamado “Código penal de la Regla”. A primera vista parece anacrónico y desfasado, pues nos habla de niños en el monasterio y de castigos, mortificaciones y ayunos rigurosos, que es ya algo desfasado en nuestros días.

En la Edad Media había costumbre de entregar al monasterio, para su educación, a los hijos, y que, incluso, acabaran siendo monjes; una costumbre abandonada por los cistercienses. También la costumbre de castigos corporales, azotes, ayunos… asimismo está abandonada. Incluso en el ámbito educativo. Además, ya pasó la costumbre de llevar los hijos al monasterio. Un tema muy delicado hoy día, incluso en el ámbito educativo. Por otro lado, otro aspecto importante es lo que pensamos cuando llevamos a cabo una acción que puede ser negativa, y es, además, algo que puede repercutir en el resto de la comunidad. Es decir, que en todos los aspectos, positivos y negativos, es importante ser conscientes de que no solemos ser monjes a nivel personal sino que nuestras acciones, para bien o para mal, repercuten en la comunidad.

Pero este capítulo tiene una parte con actualidad, que es la consideración del trato apropiado a cada uno. Una muestra más de la igualdad asimétrica que establece la Regla. Todos somos iguales con los mismos derechos y obligaciones, todos comprometidos ante el Señor, a seguirlo, obedecerlo, pero no todos somos iguales, pues unos reciben unos dones diferentes de los otros, limitaciones distintas… lo cual no siempre somos capaces de comprenderlo.

Vivimos en una sociedad dominada por la cultura del deseo y afectada por una inmadurez notable, por lo cual podemos seguir siendo niños con apariencia de adultos, estar afectados de un infantilismo en determinados momentos. Podemos ser maduros intelectualmente e inmaduros afectivamente, lo que crea problemas de convivencia en una vida comunitaria. Contra el infantilismo poco sirven los remedios que propugna san Benito, pues no se puede curar con ayunos rigurosos, ni con azotes…. Y, además, se corre el riesgo de enfrentamientos físicos. Hay otras situaciones en que el síntoma de inmadurez es la dependencia afectiva de otros hermanos, o la necesidad de la familia o de los amigos, por lo que es sano y recomendable mantener un equilibrio y estar alejado del peligro de interferencias de familiares, amigos, o compañeros de la vida comunitaria.

Escribe Dom Bernardo Olivera, que fue Abad General de la estricta Observancia:

Hay cinco elementos que nos pueden dar razón del nuestro grado de madurez.

El primero, es la tolerancia de las frustraciones, reconociendo nuestra responsabilidad, evitando culpabilizar a los otros, e intentar no reaccionar con ira, tristeza, desánimo, o cerrarnos en nosotros mismos, buscando la propia conmiseración.

Un segundo elemento, ser capaces de manifestar nuestras opiniones sin llegar a defenderlas a ultranza, ni menos recurriendo a la mentira para mantenerlas, pues esto es un síntoma claro de que somos prisioneros de nuestras emociones.

El tercer elemento, es ser capaces de tomar decisiones sin innecesarias vacilaciones, ni por equivocarnos, pero buscando siempre la certeza moral de que hemos hecho en cada momento lo que debíamos hacer, no lo que podría ser de nuestro agrado, o nos favorecía a nosotros o nuestros amigos.

El cuarto elemento, es estar abierto a otras ideas o argumentaciones, y no cerrarnos en nuestro mundo, como si fuese lo mejor, o lo único mejor del mundo.

El quinto, es la capacidad de reaccionar ante lo imprevisto, sin rechazo automático, aceptando la realidad, incluso imprevista, aceptándolo como la voluntad de Dios.

(Afectividad y deseo. Para una espiritualidad integrada)

Los enemigos de estos elementos son nuestros miedos; al fracaso, al rechazo, al cambio, a la enfermedad… El miedo es fruto de la falta de confianza en nosotros mismos, ciertamente, pero en el caso del creyente es síntoma de la falta de confianza en Dios, cuando dudamos de si estamos en sus manos, o de si él está a nuestro lado, pero nunca para preguntar por qué permite eso o lo otro, o para pedir que este o aquel hermano desaparezcan de nuestra presencia.

Como dice el documento de la Congregación para los Religiosos: Vida fraterna en comunidad:
“El camino hacia la madurez humana, premisa necesaria para una vida de irradiación evangélica, es un proceso que no conoce límites, porque comporta un continuo “enriquecimiento”, no solo en los valores espirituales, sino también en los de orden psicológico, cultura y social” (nº 35)

 

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