domingo, 29 de mayo de 2022

CAPÍTULO 49 LA OBSERVANCIA DE LA CUARESMA

 

CAPÍTULO 49

LA OBSERVANCIA DE LA CUARESMA

Aunque de suyo la vida del monje debería ser en todo tiempo una observancia cuaresmal, 2 no obstante, ya que son pocos los que tienen esa virtud, recomendamos que durante los días de cuaresma todos juntos lleven una vida íntegra en toda pureza 3 y que en estos días santos borren las negligencias del resto del año. 4 Lo cual cumpliremos dignamente si reprimimos todos los vicios y nos entregamos a la oración con lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón y a la abstinencia. 5 Por eso durante estos días impongámonos alguna cosa más a la tarea normal de nuestra servidumbre: oraciones especiales, abstinencia en la comida y en la bebida, 6 de suerte que cada uno, según su propia voluntad, ofrezca a Dios, con gozo del Espíritu Santo, algo por encima de la norma que se haya impuesto; 7 es decir, que prive a su cuerpo algo de la comida, de la bebida, del sueño, de las conversaciones y bromas y espere la santa Pascua con el gozo de un anhelo espiritual. 8 Pero esto que cada uno ofrece debe proponérselo a su abad para hacerlo con la ayuda de su oración y su conformidad, 9 pues aquello que se realiza sin el beneplácito del padre espiritual será considerado como presunción y vanagloria e indigno de recompensa; 10 por eso, todo debe hacerse con el consentimiento del abad.

En plena alegría del tiempo pascual, san Benito nos recuerda que nuestra vida debería responder en todo tiempo a una observancia cuaresmal. Parece como si nos marcara unos mínimos para la mayor parte del año, sin los cuales no nos podemos considerar monjes; y nos invitara a hacer un esfuerzo durante el tiempo cuaresmal, para ser más verdaderamente monjes. De hecho, nuestra vida si que es toda ella una Cuaresma, ya que es un camino hacia la Pascua, una Pascua personal, cuando el Señor nos llame a su presencia y nos juzgará acerca de como hemos vivido sus mandamientos. Esto, no significa que sea un camino para recorrer con tristeza, sino al contrario, ya que al final del camino está el encuentro con la alegría plena. San Benito sabe de nuestras negligencias, y de aquí, que nos pida este esfuerzo del tiempo de Cuaresma para rectificar posibles malos hábitos adquiridos durante el año.

Pero también aquí encontramos riesgos, como hacer “lo nuestro”, y en virtud de un orgullo espiritual nos alejemos de Cristo, aferrados a nuestro “yo”. Por esto en otra parte nos recomienda: “no querer ser llamado santo antes de serlo, sino serlo primero, para que lo puedan decir con verdad” (RB 4,62)

Hace pocos meses tuve conocimiento de un candidato a una comunidad monástica. Algo peculiar. En el monasterio donde deseaba entrar, porque se sentía llamado, no veía sino relajamiento y costumbres acomodaticias, en un sentido que años antes consideraba un aburguesamiento. Buscaba ayunar, orar… según la propia voluntad que interpretaba como la voluntad de Dios, no contemplando otra voluntad que la voluntad humana. Hacer la suya, lo cual viene a ser un menosprecio de la vida de la comunidad. Seguramente, como le decía el abad, “su verdadera vocación más bien viene a ser la de fundador de una nueva orden, pero la de miembro de nuestra comunidad”.

De aquí, que san Benito venga a afirmar que “lo que se hace sin el permiso del padre espiritual será considerado como presunción y vanagloria, y no como digno de recompensa. Por tanto, todas las cosas deben hacerse con el consentimiento del abad”.

Es fácil, a menudo, criticar, murmurar, pero con frecuencia esta crítica nace de una autosuficiencia, de creerse mejores… o como dicen los cartujos, que tiene en su divisa una cruz sobre el mundo y el lema “stat crux dum volvitur orbis”, la cruz permanece mientras el mundo da vueltas o va cambiando envuelta por siete estrellas, recordando a san Bruno y los otros seis fundadores de la Gran Cartuja. Loa cartujos vienen a afirmar que desde siempre ha habido candidatos a aquella vida antigua que se creen ya en la octava estrella. A veces optamos por lo difícil y atrevido cuando no somos capaces de las cosas más sencillas y simples.

Y dentro de esta sencillez debe estar el ser puntuales al Oficio Divino, a los actos comunitarios, no distraerse en conversaciones ociosas…  A menudo ponemos el listón muy alto y somos incapaces de saltar el bajo.

Presunción, vanidad espiritual, inconsciencia espiritual… todo nos puede afectar al no tener en cuenta el magisterio de san Benito.

Retraerse de todo vicio, darnos a la plegaria, a la lectura, compunción del corazón, a la abstinencia… son mínimos marcados por san Benito. ¿Inalcanzables? Lo puede parecer a priori, pero podemos seguirlos si nos lo proponemos y no nos proponemos nuestros propios objetivos.

Todos llevamos un alma de fundador en nuestro interior que se manifiesta cuando rechazamos lo que san Benito y el mismo evangelio nos plantean. El baremo para calificar todo nos lo da el mismo san Benito en este capítulo: una alegría plena de delicia espiritual.

Vivir con alegría nuestra vida de monjes, conscientes a cada momento de que es la vida que libremente hemos escogido, más aún, de que es la vida en donde estamos centrados porque Dios nos ha llamado. Como dice el Señor: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he escogido a vosotros” (Jn 15,16)

Entonces, quien sabe si desaparecerá el inconformismo de nuestras vidas y daremos gracias al Señor por este don cada vez más escaso en nuestra sociedad, donde hay muchos “fundadores de órdenes” y pocos seguidores de Cristo, que es aquel a quien vale la pena de seguir. Y su camino lleva a la Pascua. Así pasando por la Cuaresma, es decir por la observancia de la medida, por la compunción de corazón.

Con palabras de san Juan Pablo II:

“La Cuaresma es, pues, una ocasión providencial parar llevar a término el abandono espiritual de las riquezas y abrirnos a Dios, hacia el cual el cristiano debe orientar toda la vida consciente de que no tiene morada en este mundo, pues “somos ciudadanos del cielo” (Fl 3,20). En la celebración del misterio pascual, al final de la Cuaresma se pone de relieve como el camino cuaresmal de purificación culmina con la entrega amorosa de uno mismo al Padre. Este es el camino por el cual el discípulo de Cristo aprende a salir de sí mismo y de sus intereses egoístas para encontrar a sus hermanos en el amor” (Mensaje para la Cuaresma 1997)

 

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