domingo, 22 de mayo de 2022

CAPÍTULO 44 CÓMO HAN DE SATISFACER LOS EXCOMULGADOS

 

CAPÍTULO 44

CÓMO HAN DE SATISFACER LOS EXCOMULGADOS

El que haya sido excomulgado del oratorio y de la mesa común por faltas graves, a la hora en que se celebra la obra de Dios en el oratorio permanecerá postrado ante la puerta sin decir palabra, 2 limitándose a poner la cabeza pegada al suelo, echado a los pies de todos los que salen del oratorio. 3 Y así lo seguirá haciendo hasta que el abad juzgue que ya ha satisfecho suficientemente. 4 Y cuando el abad le ordene que debe comparecer, se arrojará a sus plantas, y luego a las de todos los monjes, para que oren por él. 5 Entonces, si el abad así lo dispone, se le admitirá en el coro, en el lugar que el mismo abad determine. 6 Pero no podrá recitar en el oratorio ningún salmo ni lectura o cualquier otra cosa mientras no se lo mande de nuevo el abad. 7 Y en todos los oficios, al terminar la obra de Dios, se postrará en el suelo en el mismo lugar donde está; 8 así hará satisfacción hasta que de nuevo le ordene el abad que cese ya en su satisfacción. 9 Los que por faltas leves son excomulgados solamente de la mesa, han de satisfacer en el oratorio hasta que reciban orden del abad. 10 Así lo seguirán haciendo hasta que les dé su bendición y les diga: «Bastante».

“Ciertamente, hay muchos que serían testigos del Señor en la paz, o sea cuando las cosas les fueran bien; y ser santos, pero sin fatigas, sin molestias, sin dificultades, sin obras”.

Palabras de Juan Tauler para hacernos reflexionar sobre cómo debemos ejercitarnos en nuestro testimonio del Señor. Testimonios del Señor en la paz…pero nos cuesta pagar un precio de molestias, dificultades…

San Benito conoce muy bien la naturaleza humana que todos compartimos, débil con cierta pereza, para hacer lo que tenemos que hacer. De aquí que fallemos hasta el punto de llegar a realizar acciones graves. Entonces, ¿qué debemos hacer?

Tenemos dos alternativas: la primera puede ser la más fácil, es decir no reconocer nuestra falta, no reconocer que somos culpables; en este caso, como diría san Benito, nos encaminamos hacia la perdición. Pero tenemos la segunda alternativa que es la de reconocernos culpables y mirar de satisfacer por ella.

Para evitar caer en la culpa, y en culpas graves, lo primero a tener presente es evitarlas. Como diría Clemente de Alejandría: “Esforcémonos por pecar lo menos posible” (El Pedagogo). O como dice el Apóstol: “huir las pasiones de juventud, deleitarse en el bien, la fe, el amor, la paz, a la vez que invocamos al Señor con un corazón limpio (2Tim 2,22)

 Pero si caemos no está todo perdido, siempre que seamos conscientes de la caída y nos esforcemos por levantarnos. Pero antes de levantarnos san Benito nos quiere postrados con la cabeza en tierra, al pie de todos para dar satisfacción.

Pensemos en este gesto, que ya no practicamos cuando cometemos culpas. Nos postramos en tierra delante de la comunidad al recibir el hábito, en la profesión temporal y en la profesión solemne; lo hacemos, como dice san Benito, delante de toda la comunidad. No tiene el mismo significado que esta postración penitente, pero hay ciertas afinidades. No se trata en el momento de incorporarnos a la comunidad, sea de manera temporal o perpetua, de hacernos personar las culpas de la vida pasada, como una conversión, de despojarnos del hombre viejo para vestirnos del hombre nuevo. Esto queda más claro cuando recibimos el hábito, nos desprendemos de la ropa que hasta entonces llevábamos y se nos pone la nueva, como una representación del hombre nuevo, que estamos llamados a realizar en nuestra vida.

Veamos un poco este gesto litúrgico. La palabra “postración” viene del latín “pro-sternere”, que significa ”extenderse por tierra”.

Es un signo claro de humildad, de penitencia y súplica ante Dios. Así lo contemplamos en Abraham que “se prosternó con la frente a tierra” cuando Dios le habla (Gen 17,3), o en la historia de José, donde por tres veces “cuando llegaron sus hermanos se prosternaron ante él hasta tocas tierra con su frente”, para mostrar primero su respeto, y posteriormente para pedir perdón. (Gen 42,6; 43,26-28; 44,14) También “Moisés se arrodilló y se prosternó hasta tocar tierra” (Ex 34,8) ante el Señor como signo de respeto. La postración aparece en el Nuevo Testamento en acontecimientos concretos, para pedir al Señor la curación, o en otros como en el Apocalipsis como adoración. El mismo Jesús “se prosterna con la frente a tierra” en Getsemaní, para orar al Padre, pidiendo la fuerza necesaria para afrontar la Pasión (Mt 26,39).

La postración, pues, es una postura litúrgica, que tiene sus raíces en la Escritura. Cuando nuestra sociedad acepta sin preguntas la espiritualidad y determinadas posturas corporales que provienen de otras religiones, especialmente orientales, corremos el riesgo de no reconocer el profundo significado de gestos como éste en nuestra propia liturgia. Algo parecido se podría decir del tema de arrodillarse o no.

La postración, por ejemplo, es un signo fuerte al iniciarse la liturgia del Viernes Santo que inicia el presbítero presidente, mientras el pueblo se arrodilla. También cuando la provisión de Ordenes Sagradas y se entonan las letanías, para que venga sobre ellos el Espíritu Santo. Se muestra así la total disponibilidad para recibir la gracia del Espíritu Santo.

Disponibilidad es una idea que también nos pide san Benito en su Regla. Disponibilidad a ser perdonados, a cambiar, a convertirnos de nuevo, a acogernos a la misericordia de Dios o de los hermanos o de la Orden como decimos el recibir el hábito, o hacer la Profesión. Para recibir esta misericordia necesitamos reconocernos pecadores y hacer propósito de enmienda, es decir “satisfacer”, no solo a los hermanos de comunidad, sino conscientes de que nos dirigimos siempre, sobre todo, a Dios.

¿En qué pensábamos cuando se nos hizo la pregunta: “¿Qué deseas, y respondemos por tres veces “la misericordia de Dios?  ¿Era, quizás la repetición de una fórmula ritualizada y aprendida de memoria?

Cuando san Benito nos dice de no desesperar nunca de la misericordia de Dios, deberíamos recordar todas aquellas postraciones, aquella fórmula con la que pedimos al Señor que nos reciba según su promesa y que, no veamos defraudada nuestra esperanza en la misericordia de Dios.

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