CAPÍTULO
44
CÓMO
HAN DE SATISFACER LOS EXCOMULGADOS
El que haya sido
excomulgado del oratorio y de la mesa común por faltas graves, a la hora en que
se celebra la obra de Dios en el oratorio permanecerá postrado ante la puerta
sin decir palabra, 2 limitándose a poner la cabeza pegada al suelo, echado a los
pies de todos los que salen del oratorio. 3 Y así lo seguirá haciendo hasta que
el abad juzgue que ya ha satisfecho suficientemente. 4 Y cuando el abad le
ordene que debe comparecer, se arrojará a sus plantas, y luego a las de todos
los monjes, para que oren por él. 5 Entonces, si el abad así lo dispone, se le
admitirá en el coro, en el lugar que el mismo abad determine. 6 Pero no podrá
recitar en el oratorio ningún salmo ni lectura o cualquier otra cosa mientras
no se lo mande de nuevo el abad. 7 Y en todos los oficios, al terminar la obra
de Dios, se postrará en el suelo en el mismo lugar donde está; 8 así hará
satisfacción hasta que de nuevo le ordene el abad que cese ya en su
satisfacción. 9 Los que por faltas leves son excomulgados solamente de la mesa,
han de satisfacer en el oratorio hasta que reciban orden del abad. 10 Así lo
seguirán haciendo hasta que les dé su bendición y les diga: «Bastante».
“Ciertamente,
hay muchos que serían testigos del Señor en la paz, o sea cuando las cosas les
fueran bien; y ser santos, pero sin fatigas, sin molestias, sin dificultades,
sin obras”.
Palabras de Juan Tauler
para hacernos reflexionar sobre cómo debemos ejercitarnos en nuestro testimonio
del Señor. Testimonios del Señor en la paz…pero nos cuesta pagar un precio de
molestias, dificultades…
San Benito conoce muy
bien la naturaleza humana que todos compartimos, débil con cierta pereza, para
hacer lo que tenemos que hacer. De aquí que fallemos hasta el punto de llegar a
realizar acciones graves. Entonces, ¿qué debemos hacer?
Tenemos dos
alternativas: la primera puede ser la más fácil, es decir no reconocer nuestra
falta, no reconocer que somos culpables; en este caso, como diría san Benito,
nos encaminamos hacia la perdición. Pero tenemos la segunda alternativa que es
la de reconocernos culpables y mirar de satisfacer por ella.
Para evitar caer en la
culpa, y en culpas graves, lo primero a tener presente es evitarlas. Como diría
Clemente de Alejandría: “Esforcémonos por pecar lo menos posible” (El
Pedagogo). O como dice el Apóstol: “huir las pasiones de juventud,
deleitarse en el bien, la fe, el amor, la paz, a la vez que invocamos al Señor
con un corazón limpio (2Tim 2,22)
Pero si caemos no está todo perdido, siempre
que seamos conscientes de la caída y nos esforcemos por levantarnos. Pero antes
de levantarnos san Benito nos quiere postrados con la cabeza en tierra, al pie
de todos para dar satisfacción.
Pensemos en este gesto,
que ya no practicamos cuando cometemos culpas. Nos postramos en tierra delante
de la comunidad al recibir el hábito, en la profesión temporal y en la
profesión solemne; lo hacemos, como dice san Benito, delante de toda la
comunidad. No tiene el mismo significado que esta postración penitente, pero
hay ciertas afinidades. No se trata en el momento de incorporarnos a la
comunidad, sea de manera temporal o perpetua, de hacernos personar las culpas
de la vida pasada, como una conversión, de despojarnos del hombre viejo para
vestirnos del hombre nuevo. Esto queda más claro cuando recibimos el hábito,
nos desprendemos de la ropa que hasta entonces llevábamos y se nos pone la
nueva, como una representación del hombre nuevo, que estamos llamados a
realizar en nuestra vida.
Veamos un poco este
gesto litúrgico. La palabra “postración” viene del latín “pro-sternere”,
que significa ”extenderse por tierra”.
Es un signo claro de
humildad, de penitencia y súplica ante Dios. Así lo contemplamos en Abraham que
“se prosternó con la frente a tierra” cuando Dios le habla (Gen 17,3), o
en la historia de José, donde por tres veces “cuando llegaron sus hermanos
se prosternaron ante él hasta tocas tierra con su frente”, para mostrar
primero su respeto, y posteriormente para pedir perdón. (Gen 42,6; 43,26-28;
44,14) También “Moisés se arrodilló y se prosternó hasta tocar tierra” (Ex
34,8) ante el Señor como signo de respeto. La postración aparece en el
Nuevo Testamento en acontecimientos concretos, para pedir al Señor la curación,
o en otros como en el Apocalipsis como adoración. El mismo Jesús “se prosterna
con la frente a tierra” en Getsemaní, para orar al Padre, pidiendo la
fuerza necesaria para afrontar la Pasión (Mt 26,39).
La postración, pues, es
una postura litúrgica, que tiene sus raíces en la Escritura. Cuando nuestra
sociedad acepta sin preguntas la espiritualidad y determinadas posturas
corporales que provienen de otras religiones, especialmente orientales,
corremos el riesgo de no reconocer el profundo significado de gestos como éste
en nuestra propia liturgia. Algo parecido se podría decir del tema de
arrodillarse o no.
La postración, por
ejemplo, es un signo fuerte al iniciarse la liturgia del Viernes Santo que
inicia el presbítero presidente, mientras el pueblo se arrodilla. También
cuando la provisión de Ordenes Sagradas y se entonan las letanías, para que venga
sobre ellos el Espíritu Santo. Se muestra así la total disponibilidad para
recibir la gracia del Espíritu Santo.
Disponibilidad es una
idea que también nos pide san Benito en su Regla. Disponibilidad a ser
perdonados, a cambiar, a convertirnos de nuevo, a acogernos a la misericordia
de Dios o de los hermanos o de la Orden como decimos el recibir el hábito, o
hacer la Profesión. Para recibir esta misericordia necesitamos reconocernos
pecadores y hacer propósito de enmienda, es decir “satisfacer”, no solo a los
hermanos de comunidad, sino conscientes de que nos dirigimos siempre, sobre
todo, a Dios.
¿En qué pensábamos
cuando se nos hizo la pregunta: “¿Qué deseas, y respondemos por tres veces “la
misericordia de Dios? ¿Era, quizás la repetición
de una fórmula ritualizada y aprendida de memoria?
Cuando san Benito nos
dice de no desesperar nunca de la misericordia de Dios, deberíamos recordar
todas aquellas postraciones, aquella fórmula con la que pedimos al Señor que
nos reciba según su promesa y que, no veamos defraudada nuestra esperanza en la
misericordia de Dios.
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